No se trata de ganar a cualquier precio, se trata de vencer con dignidad y sin resignar convicciones
- Editorial Tobel
- 6 ago
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La política no puede seguir rindiendo culto al marketing ni justificando la derrota de la razón con la excusa de la representación. Es tiempo de recuperar la convicción, aunque duela, aunque se pierda.

Columna de Opinión
Por: José "Pepe" Armaleo- Hipólito Covarrubias*
La política argentina en particular, pero también la política de muchos países del globo, se ha vuelto rehén de una premisa tan difundida como peligrosa: “político que no representa, no gana”. Bajo ese dogma, se acepta resignadamente que toda idea debe ser domesticada hasta hacerse aceptable para el “sentido común” dominante. Pero ¿qué pasa cuando ese sentido común está colonizado por el odio, la frustración y el egoísmo? ¿Debemos también representarlo?
La elección de Javier Milei desató un terremoto cultural, político y económico. No ganó porque propuso un modelo técnico de desarrollo. Ganó porque supo leer -y encarnar- la ira de una sociedad que sentía que ya no había nada que defender. Explosiones en pantalla, insultos como bandera, anarquía como promesa. Fue un voto contra todo lo conocido, pero no fue un error de casting: fue una representación fiel del hartazgo colectivo.
Sin embargo, confundir representación con razón es un error trágico. No todo lo que representa es justo. No todo lo que convoca es correcto. No todo lo que gana merece gobernar. Porque si el único criterio de la política es ganar, entonces la política deja de ser el arte de construir lo común y se convierte en una competencia por reproducir lo peor de nosotros.

Séneca, en Sobre la Ira, advertía que las pasiones, cuando gobiernan, nos ciegan y nos hunden. Que la política fundada en la ira -y no en la razón- sólo puede conducir al desastre. Pero la Argentina de hoy parece estar dispuesta a repetir ese camino. Un gobierno cruel no es sólo reflejo de una elite despiadada, sino de una sociedad en la que los lazos de solidaridad se deshilacharon, el trabajo se volvió informal, el vecino un competidor y el algoritmo el nuevo pastor.
En este contexto, muchos sectores del campo popular -y del progresismo en general- han cometido el error de intentar parecerse a lo que odian con tal de ganar. De girar a la derecha para no quedar afuera. De maquillar sus ideas con fórmulas de marketing. De diluir su identidad por miedo a perder. Pero si todo se resume en la táctica, ¿dónde queda la estrategia histórica? ¿Dónde queda el horizonte de transformación?
Alfonsín solía decir que su límite era Macri. Perón decía: “vamos a ganar porque tenemos razón, y si no, mejor no ganar”. No era ingenuidad, era convicción. Una que hoy parece escasa en una política que teme perder más que traicionarse. Quizás ha llegado el momento de entender que no hay derrota más grave que renunciar a las propias ideas. Que es preferible perder elecciones antes que ganar traicionando principios. Que toda victoria sin justicia es efímera. Que toda representación sin horizonte es una estafa.
No se trata de encerrarse en una torre moralista. Se trata de recuperar el coraje de decir lo que pensamos, aunque no esté de moda. De asumir que sin pedagogía política no hay pueblo que comprenda, y sin pueblo consciente no hay cambio duradero.
Los poderosos ganan cuando logran que sus adversarios empiecen a pensar como ellos. Cuando los que se decían populares aceptan que “no se puede” repartir mejor. Que “hay que ceder” derechos. Que “el país no da para todos”. Cuando los que soñaban con justicia se conforman con gestionar la miseria.
No se puede representar lo que no se quiere transformar. No se puede conducir lo que no se interpela. No se puede ganar con el pueblo si se le teme, si no se lo convoca a algo más que a castigar.
El voto a Milei fue un grito. Un grito de hartazgo, de bronca, de ruptura. Pero la política no puede seguir compitiendo por quién grita más fuerte ni alimentando una lógica de enemigos irreconciliables. Necesitamos volver a construir certezas en un mundo de incertidumbre. Pero certezas justas, humanas, solidarias y democráticas. Y también racionales. Gobernar no es arrasar con el otro, ni imponer una verdad única desde el rencor o la revancha. Gobernar es asumir la responsabilidad de cuidar a todos, incluso a quienes no nos votaron, incluso a quienes piensan distinto. Sin gritos, sin insultos, sin persecuciones. Porque la verdadera fortaleza de un proyecto político no reside en el volumen de su furia sino en su capacidad de articular intereses diversos, de construir mayorías sin sacrificar principios, de sostener convicciones sin desconocer derechos. Aunque al principio parezca minoritario, el camino del respeto y la razón es el único capaz de volver a unir lo que el odio ha fragmentado.
No tengamos miedo a perder con dignidad. Porque sólo así podremos volver a ganar con sentido.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.
José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López, en colaboración con Hipólito Covarrubias, militante e integrante del Centro de Estudios de la Realidad Social y Política Argentina Arturo Sampay y de Primero Vicente López.













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