El quietismo, disfrazado de prudencia, se transformó en parálisis, no hubo propuestas
- Editorial Tobel
- hace 7 horas
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La historia argentina está llena de derrotas que fueron, en realidad, comienzos. Este 26 de octubre no es la excepción. Nos toca ponernos de pie, sin excusas ni lamentos, porque lo que está en juego no es una elección, sino el destino del país y la dignidad de un pueblo que no nació para ser colonia.

Columna de Opinión
Por: José "Pepe" Armaleo*
Como bien señaló un Compañero, seguramente la derrota tiene muchas causas. Algunas complejas, otras más simples. Tal vez las simples expliquen mejor. Se percibía que un eventual triunfo nuestro iba a generar una presión difícil de contener sobre una economía debilitada. También es cierto que mientras ellos consolidaban un formato de conducción vertical -una suerte de “peronismo invertido”, con jefe y orden-, nosotros exponíamos nuestras diferencias en público, como si la política fuera un espectáculo. Dirimir en los medios los matices entre Axel y Máximo fue un error que pagamos caro. La pelea por la lapicera no debía reemplazar la discusión de fondo sobre el proyecto nacional.
No se trata de encontrar culpables externos sino de asumir que durante demasiado tiempo nos replegamos sobre nosotros mismos, creyendo que el tiempo o los errores del adversario resolverían lo que la política había dejado pendiente. Mucho se dijo sobre que, cuando el enemigo se equivoca, lo mejor es no hacer nada. Pero ese quietismo, disfrazado de prudencia, se transformó en parálisis.
Mientras ellos avanzaban sobre los derechos, la soberanía y la conciencia colectiva, nosotros discutíamos formas y nombres, no ideas ni proyectos. Cedimos el espacio público del debate y dejamos que otros definieran el sentido común, la agenda y hasta el lenguaje con el que se nombra la realidad.
La política, cuando no se anima a disputar el sentido, termina administrando la derrota. Y la única manera de revertirlo es volver a pensar en términos de poder, organización y destino nacional, abriendo la discusión de cara al pueblo, incluso con aquellos que no están afiliados, pero siguen creyendo que la Argentina merece un futuro propio.
Nos quedamos atrapados entre consignas vacías y gestos de resistencia simbólica, sin ofrecerle al pueblo una propuesta concreta de futuro. Hablamos de derechos, pero no de poder. De memoria, pero no de destino. De inclusión, pero no de transformación.
Nos faltó decir con claridad qué modelo de desarrollo queremos, qué Estado necesitamos para sostenerlo, qué alianzas sociales lo harán posible y cómo vamos a enfrentar al poder económico que nos somete.
Sin esa discusión, todo se vuelve administración, inercia, táctica de corto plazo. Y un movimiento que deja de debatir su rumbo empieza, sin darse cuenta, a perder su razón de ser.
No hay salida individual ni iluminada. Ésa es tal vez la autocrítica más honesta que puede hacer mi generación, aquella que Néstor Kirchner llamó “la generación diezmada”. Una generación que sobrevivió a los golpes, al exilio, a la represión, a los fracasos, pero que siempre puso el cuerpo y creyó que la política podía cambiar la historia, que es la mejor herramienta de transformación de la realidad en beneficio del Pueblo.
Fuimos formados en la certeza de que no hay destino colectivo sin soberanía nacional, ni justicia social sin independencia económica. Y, sin embargo, a veces nos dejamos arrastrar por la lógica del sistema que juramos combatir: la de los egos, la de los armados personales, la de los pequeños espacios de poder. Nos faltó volver a pensar el país desde el pueblo, no desde los despachos.
Por eso, más que un balance electoral, este tiempo exige una reconstrucción moral y política. No basta con reagruparse para la próxima elección: hay que reconstruir la idea de Nación. Esa que nació con San Martín, Artigas, Belgrano, Yrigoyen y se consolidó con Perón y Evita, resistió con los 30.000 desaparecidos y renació con Néstor y Cristina. Esa que se resume en una palabra que hoy parece olvidada: Patria.
Porque cuando el gobierno de Milei entrega soberanía, privatiza los recursos, destruye la educación pública y se arrodilla ante los Estados Unidos y el Reino Unido, no sólo traiciona una bandera: intenta borrar la idea misma de Nación independiente.
Y cuando eso ocurre, no alcanza con denunciar: hay que volver a organizar.
Como señaló Taiana, hay que crear una fuerza capaz de contrarrestar el poder de Milei. Pero esa fuerza no se construye en los escritorios ni en los sets de televisión ni en las redes. Se construye en las fábricas, en las universidades, en los barrios, en las calles, en cada espacio donde el pueblo todavía resiste y sueña.
Es hora de una campaña de afiliación política y moral, de reencuentro con la gente, de volver a hablar en voz alta del país que queremos, sin miedo al debate, sin vergüenza de ser peronistas, nacionales, populares, latinoamericanos.
Y, sobre todo, es hora de convocar a unas PASO partidarias, abiertas, democráticas y verdaderas, donde las diferencias se diriman con propuestas y no con operaciones. Donde el peronismo vuelva a ser lo que fue: un movimiento amplio, plural y profundamente político, que no le tema a la discusión sino a la indiferencia.
Malvinas sigue siendo el espejo donde se refleja nuestro dilema histórico. Allí están las heridas abiertas de la soberanía, pero también la prueba de que un pueblo no se resigna. La entrega actual, disfrazada de pragmatismo diplomático, es tan grave como la derrota militar del 82. Solamente que hoy la invasión es económica y cultural.
La Patria vuelve a ser ocupada pero desde adentro. Y frente a esa ocupación, la única respuesta posible es la unidad nacional en torno a un proyecto de liberación nacional.
El tiempo de la queja terminó. Empieza el tiempo del protagonismo.
Es con la dirigencia política, sindical y social a la cabeza, o con el pueblo empujando desde abajo.
Porque no hay futuro en el silencio ni esperanza en la resignación.
Y porque, como aprendimos una y mil veces, sólo la organización vence al tiempo.
"La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse".
*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.












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