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Argentina real: cuando el odio derrumba el arte de convivir

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • 17 jun
  • 3 Min. de lectura

Piedras contra grupo mediático, discursos presidenciales que incendian fronteras y una embajada que elige bandos en Gaza: la intolerancia ya no es grieta, es abismo. La violencia —física, verbal o diplomática— es el fracaso de quienes olvidaron que disentir no es anular. Crónica de un colapso donde todos caemos.

Eris, en la mitología griega representa "Discordia". Estatua emplazada en EE.UU.

Columna de Opinión
Por; José “Pepe” Armaleo*

El mapa está roto. Abajo, los vidrios de un canal de televisión estallan bajo piedras lanzadas por encapuchados. Arriba, un presidente exporta insultos -"criminales" al gobierno español- mientras propone trasladar la embajada argentina a Jerusalén, alineándose con la ocupación israelí en Palestina. En el medio, un aula universitaria se convierte en ring: "¡Hija de puta!", grita un Diputado. Tres escenas, un mismo derrumbe. 


La intolerancia ya no es excepción: es moneda de tres caras. Se manifiesta como incapacidad de ver al otro como legítimo. "Si no piensas como yo, eres enemigo", susurra el virus que infecta barrios, aulas y cancillerías. Etiquetas como "casta", "terrorista" o "traidor" borran humanidad. Así se naturaliza el espectáculo del odio: humillaciones como show político, ya sea en un mitin europeo o en la decisión de mover una embajada a una ciudad en disputa internacional, tomando partido en una guerra que desangra Gaza. 


Cuando el disenso se militariza, la guerra se vuelve el único lenguaje. Ucrania, Gaza o una calle argentina son el mismo fracaso. Trasladar la embajada a Jerusalén no es "política exterior": es exportar la lógica de trinchera que aquí condenamos. La misma que quema puentes con el Sur Global y nos deja solos frente a crisis que exigen alianzas: inflación, deuda, hambre. 

El precio es doble pobreza: material y moral. Sin diálogo, ¿cómo construir hospitales o pactar salarios? Se pierde el músculo social y nace la ley del sálvese quien pueda. Mientras, afuera, ardemos en credibilidad: ¿cómo exigir paz en casa si entregamos helicópteros (Ucrania) o trasladamos la embajada a Jerusalén? 


Frente al espiral, sólo un antídoto sirve: aprender a habitar lo distinto. Tras el ataque a Cristina Fernández, las multitudes no coreaban consignas partidarias; gritaban al unísono: "¡Basta de no soportarnos!". Ese reclamo transversal es memoria viva: necesitamos plazas donde jueguen niños de camisetas rivales, aulas donde un liberal y una peronista debatan sin insultos ni micrófonos envenenados. 


Los líderes tienen una elección ética: ser arquitectos de puentes o dinamiteros. Un presidente que llama "criminales" a gobiernos extranjeros o impulsa traslados de embajadas que incendian conflictos, no construye: siembra odio. Exigimos coherencia: si condenamos piedras aquí, no movemos embajadas para aplaudir ocupaciones allá. 


REFLEXIÓN FINAL: EL MUNDO QUE NOS NIEGA 

Cada insulto presidencial, cada piedra contra un estudio, cada embajada movida para avalar guerras, no es sólo violencia: es la renuncia a negociar lo común en la diferencia. Cuando perdemos eso, perdemos todo. Primero los hospitales, luego las escuelas, después la credibilidad internacional. Al final, hasta la paz. 


La guerra -en Gaza con nuestra bandera en Jerusalén, en nuestras esquinas con nuestra indiferencia- no es "política": es el fracaso final de quienes olvidaron que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza. Como nadie se salva solo en un país incendiado. 


"Disentir sin anular" no es poesía, no es ingenuo: es el único terreno donde crecen soluciones. Porque la única victoria verdadera -aquella que nos incluye a todos- es habitar juntos este mundo imperfecto. Aprendamos de nuevo ese arte revolucionario. Antes de que el odio termine de dibujar el mapa. 


La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.


*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la Realidad Social y Política Argentina, Arturo Sampay.


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