Utilizando la misma y fracasada receta, ¿por qué esta vez sería distinto?
- Editorial Tobel
- hace 1 día
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El ajuste no discrimina: avanza sobre jubilados, trabajadores, médicos, docentes y científicos. Algunos lo ven, otros aún no. Pero todos lo padecen. Mientras el Gobierno entrega soberanía, reprime al pueblo y desmantela el Estado, los mismos de siempre vuelven con recetas ya fracasadas. Esta vez, más sutiles. Más eficaces. Más crueles.

Columna de Opinión Por. José "Pepe" Armaleo*
En diciembre de 2001 la clase media salió a la calle porque le habían congelado los ahorros. El famoso “corralito” fue la chispa. Pero lo que ardía debajo era una olla de presión social: desempleo, pobreza, exclusión. Hoy, aunque muchos no lo adviertan, estamos frente a un proceso muy similar. Sólo que más silencioso, más sofisticado… y más devastador. Porque ahora el corralito no lo dicta un decreto: lo impone la heladera vacía, el sueldo que no alcanza, el alquiler que se come la mitad del ingreso. Porque incluso quienes aún tienen algo de ahorro se ven obligados a romper el colchón para sobrevivir.
Y mientras la plata desaparece, también lo hacen las certezas. El Gobierno negocia con el Fondo Monetario para que le “perdone” no cumplir las metas. No hay dólares, no hay inversión, no hay rumbo. Pero sí hay represión. Hay ajuste. Hay provocaciones. Como la propuesta de mudar a los fiscales a la ex ESMA, ese sitio sagrado de la memoria, símbolo del terrorismo de Estado y del Nunca Más, que hoy quieren profanar para instalar no Justicia, sino olvido. Como si desplazar a los fiscales a un ex centro clandestino de detención fuera una forma de acelerar el sistema acusatorio y no, como en realidad es, un nuevo intento de borrar la historia, de desmantelar las políticas de memoria, verdad y justicia, y de mandar un mensaje de impunidad a quienes todavía esperan respuestas.
El Ministerio de Capital Humano intima a los residentes del Garrahan a no parar, mientras ellos denuncian precarización laboral. En Lincoln, una planta de lácteos adeuda nueve meses de salarios. En Rosario, General Motors detiene su producción. En Buenos Aires, los trabajadores de la alimentación rechazan el 1% de aumento que les ofrecen y salen a la calle. Y la Justicia interviene una fábrica mientras la patronal brilla por su ausencia. ¿Qué tienen en común todas estas noticias? Un país al que están desmantelando desde arriba, mientras intentan convencernos de que “la culpa es nuestra”.
Pero no es la primera vez que lo hacen. Y tampoco es la primera vez que lo hacen los mismos. Caputo, Bullrich, Sturzenegger, Milei: todos ya tuvieron su turno. Todos ya aplicaron sus recetas. Y todas fracasaron. Dejaron crisis, endeudamiento, hambre. ¿Por qué esta vez sería distinto?
Y sin embargo, una parte de la sociedad sigue paralizada. Mira de lejos, descree de todo. Ya no cree en votar ni en salir a la calle. Pero no votar o salir a la calle también es una decisión política. Una que fortalece a quienes vinieron a entregar lo que queda de patria a los mercados.

No se trata de gestos heroicos. Se trata de levantar la voz. De acompañar al otro. Porque lo que hoy le pasa a un trabajador de Mondelez (planta de Lincoln), a una médica del Garrahan o a un operario de General Motors, mañana puede pasarte a vos. Porque cuando vacían una fábrica, cuando reprimen una marcha, cuando desfinancian un hospital o una universidad, “no están atacando a un sector: están atacando al proyecto de país que supimos construir con lucha y con memoria”.
Por eso hay que marchar con los jubilados, aunque no lo seamos. Con los docentes, aunque no enseñemos. Con los científicos, aunque no investiguemos. Con los estudiantes, aunque no estemos en la universidad. Con los trabajadores, aunque no seamos de su gremio. Porque “cuando atacan a una parte, atacan al todo. Y lo que se juega hoy es el todo”.
Y esto también va para las conducciones políticas, sindicales, sociales y culturales que aún dudan, especulan o prefieren esperar tiempos mejores: ya no hay zona de confort posible en un país en ruinas. La historia no los absolverá por haber calculado, ni por haberse mantenido en silencio cuando se pedía gritar.

Es tiempo de despertar. De asumir el rol que nos corresponde. De organizarnos y de disputar el futuro. Porque si no lo hacemos nosotros, ellos ya están haciendo lo suyo: entregar la soberanía, disciplinar con hambre y borrar del mapa todo lo que nos hace pueblo.
Y no vinieron a hacerlo en silencio. Vinieron a hacerlo con crueldad, con desprecio y con total impunidad. No es momento de esperar. Es momento de luchar.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.
*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudio de la Realidad Social y Política Argentina, Arturo Sampay
Es momento de pasar de la resistencia a la rebelión