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Travestismo legislativo: ¿la política aleja a la gente o es la gente que se aleja de la política?

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • hace 16 minutos
  • 3 Min. de lectura

Entre escándalos, divisiones, improvisación económica y un Congreso convertido en escenario de exhibicionismo, la dirigencia parece empeñada en fabricar a diario la misma desconfianza que luego lamenta. Pero lo ocurrido también deja algo claro: Milei podrá juntar votos circunstanciales, pero no construyó cohesión. Y allí se abre un nuevo tiempo político.

 

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Lemoine y Milei ,casta política que se autoperciben gerentes de un modelo antipolítico


Columna de Opinión

Por: José "Pepe" Armaleo.-


Hay políticos que todavía se preguntan -con genuina preocupación- por qué la gente se aleja de la política. Por qué desconfía. Por qué mira todo como si no fuera con ella. Y la respuesta está, lamentablemente, frente a nuestros ojos. Mientras el salario mínimo sube apenas 6.000 pesos, el Congreso se transforma en un espectáculo permanente: insultos, provocaciones, renuncias que no son renuncias, pases de bloques como si se tratara de un mercado de pases, juras teatrales y un Presidente en un palco como si estuviera mirando su propio show. Después de eso, ¿cómo sorprenderse del cansancio social?.


La política, o al menos una parte cada vez más dominante, funciona como una fábrica diaria de desconfianza. No por culpa de todos -hay quienes trabajan con compromiso real-, sino por quienes convierten la institución en un escenario de exhibicionismo, cálculo personal o directamente negocios corporativos. Y ahí aparece un punto central: a este liberalismo de laboratorio, que no es de ideas sino de intereses, la apatía le conviene. Necesita una sociedad callada para avanzar sin resistencia. Necesita a la gente mirando para otro lado, desmovilizada, descreída. Es el terreno perfecto para que sus legisladores no tengan que defender convicciones, ideologías o doctrina, porque no las tienen: lo que defienden son intereses empresariales.


Mientras tanto, el gobierno toma decisiones como si jugara en un casino: endeudamiento creciente, ajustes que se sienten en la vida cotidiana, importación de colectivos que golpea a la industria nacional, reformas redactadas por quienes después serán beneficiados -Funes de Rioja escribiendo la laboral, Edelstein redactando la tributaria- y un discurso que insiste en llamar a todo eso “libertad”. Pero la libertad no es tener cuatro trabajos ni sobrevivir como se pueda. La libertad no es ver cómo se destruye el empleo de calidad mientras te dicen que es parte del camino.


En este contexto, lo ocurrido en el Congreso no debería verse como una derrota, sino como una radiografía. Milei ganó números, sí. Pero no ganó cohesión. Lo que juntó por conveniencia, lo puede perder por la misma lógica. Es un armado frágil, sin historia, sin raíces ni entramado territorial. Una suma de individualidades que se acomodan según el viento. Del otro lado, incluso siendo segunda minoría, el peronismo conserva algo que no se compra ni se negocia: raíces populares, historia, organicidad, militancia y una cultura política que atraviesa generaciones. Eso vale más que cualquier mayoría circunstancial, porque no depende del humor del día.


Cuando pase el efecto anestesia y la gente empiece a sentir en el bolsillo lo que ya se siente en las calles, se abrirá otra etapa. Más real, menos mediática, menos basada en la novedad y más en la experiencia histórica de nuestro pueblo. En ese momento, la política de verdad -la que está en el barrio, en el sindicato, en la escuela, en el club- va a volver a ocupar su lugar. No porque alguien la invente, sino porque nunca dejó de estar ahí.


Perón decía -y aclaro que es una frase atribuida, no necesariamente literal- que la organización vence al tiempo. Y eso sigue siendo cierto. El gobierno puede manejar el Congreso por ahora, pero no maneja al pueblo. Y sin el pueblo, ningún proyecto es duradero. Ninguno. Este gobierno cree que puede gobernar contra media Argentina. Eso jamás funcionó.


La cuestión, entonces, no es por qué la gente desconfía. La cuestión es cómo transformar ese desencanto en una oportunidad de reconstrucción. Cómo volver a unir lo que el marketing y la política-espectáculo desarman todos los días. La respuesta no vendrá de arriba, sino de abajo: del trabajo colectivo, de la militancia, de la organización popular, dejando de lado los egos, el sectarismo y el individualismo personal y político. Porque cuando el show se termine y la novedad deje de encandilar, lo que quedará en pie será lo de siempre: la historia, el pueblo y la organización.


Cuando la novedad deje de encandilar y empiece a doler, lo que quedará en pie será lo de siempre: la historia, el pueblo y la organización. Y ahí empieza otra discusión. Otra etapa. Otro país posible.


"La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse."


*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.

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