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Racismo: pintar de negro el Ku Klux Klan

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • 20 jun
  • 7 Min. de lectura

Luego de los esfuerzos de la FIFA y la CONMEBOL para desterrar el racismo en el fútbol, ¿es lógico pedirle al deporte que solucione una patología social que sólo hereda, aunque la multiplique?

 

Por: Daniel Mancini

Tres episodios son auxilios para comprender la génesis de una desgracia. El primero de ellos es singular. Tras seis días del triunfo argentino sobre Brasil en el campeonato Sudamericano de 1920 que se jugó en Viña del Mar, Chile, y fue ganado por Uruguay, el objetivo para que las dos selecciones vuelvan a enfrentarse ahora en Buenos Aires fue la realización de un juego a beneficio de un grupo de niños huérfanos. Previo al encuentro, el dibujante del diario Crítica, Antonio Palacio Zinno, compuso una imagen con cuatro chimpancés vistiendo la camiseta brasileña, y como epígrafe usó el apelativo “macacos” para ilustrar una nota sobre el partido, en alusión a los cuatro jugadores negros que tenía esa selección.

La delegación visitante reaccionó, fue al diario a confrontar con Palacio Zinno y sólo ocho futbolistas de Brasil aceptaron participar del evento. Lo siguiente consistió en un despropósito menor: los organizadores decidieron que varios jugadores de la Argentina integren el elenco brasileño, lo que derivó en la protesta del público local obligando a que, finalmente, solo confronten siete futbolistas por equipo.


Dos y tres

La segunda advertencia pertenece a Eduardo Galeano, quien en el libro “El fútbol a sol y a sombra” recuerda que Uruguay, su selección, fue pionera en incluir jugadores negros. Sucedió en el primer campeonato Sudamericano (1916, Buenos Aires), donde Chile pidió la anulación del encuentro perdido frente a los orientales (4 a 0), pues dos futbolistas eran “africanos”, según la protesta oficial, refiriendo a Isabelino Gradín y Juan Delgado, ambos bisnietos de esclavos. El triángulo cierra con una mera sentencia: en 2014, a 94 años de 1920, River le abonó u$s 30 mil a la CONMEBOL debido a los cantos racistas de su público, ocurridos en Mendoza durante un partido ante Godoy Cruz por la Copa Sudamericana.


Los tres hechos coinciden en algo que ruboriza: el fútbol es uno de los espejos más genuinos de la sociedad, y en relación al racismo esa misma sociedad no ha modificado su intolerancia. Sí hay un giro conceptual, un pronunciamiento a favor de respetar los derechos de las minorías étnicas, que en la superficie ocurre brevemente. Lo resumió antes de su fallecimiento el periodista y ensayista español, Eduardo Haro Tecglen, en una columna del diario El País de Madrid, afirmando que “hace poco se juraba que la raza blanca era superior a las demás: casi nadie ha cambiado de opinión, pero sí de lenguaje”.


Después

En el Renacimiento, los europeos incentivaron el contacto con pueblos de América, Asia y África por el interés que les generaba la trata de esclavos, luego de que la Biblia, la ciencia y la economía cimentaran la jerarquía de la raza. Es una pequeña reflexión acerca de la historia del racismo, que en el siglo XIX sumó su costado ideológico mediante el imperialismo y el nacionalismo, a través de formatos irracionales vinculados a un supuesto patriotismo étnico, los que se incrustaron en la sociedad por sobre el nuevo status quo de los negros.


En tanto es temerario el tratamiento que la educación enciclopedista le otorga a la discriminación racial. Los términos “esclavitud”, “colonialismo” y la frase “limpieza étnica” son asociados a la civilización, creándole un marco institucional a las conductas de hombres blancos que cometieron crímenes históricos. Todo lo que no sea civilización supone ilegalidad, anormalidad, desorden. En definitiva, es este un método eficiente para educar en la subjetividad.


Historia

No es el deporte un ámbito de sospechas para la generación del racismo. Apenas es un formidable motor de propulsión para transmitir lo que ocurre. Lo sorprendente es pensar que el deporte debe tomar las medidas que le corresponden a la sociedad para terminar con el racismo cultural. En sentido inverso al fenómeno de la violencia, cualquier disciplina hereda de un ámbito social cruento una patología como la discriminación.


Los ejemplos son infinitos, pero uno de ellos es también didáctico: en el US Open de 2001 James Blake enfrentó al australiano Lleyton Hewitt, quien se quejó de un juez de línea, negro como Blake, al entender que lo estaba perjudicando mediante una serie de fallos. Increpó al juez de silla y le preguntó indignado: “Mire a uno y otro (línea y jugador). ¿Ve algún parecido?”. Hewitt pertenece a un país que desarrolló dos siglos de crueldad contra indígenas separando a 100 mil niños de sus familias para asimilarlos a la cultura blanca y diezmando a la población original, que sólo alcanza alrededor de 300 mil aborígenes, menos del 2% de la población de Australia. A esos chicos se los conoce como la “generación perdida”.


Brasil tiene una historia relacionada con la discriminación que es sorprendente. Sus gobiernos, luego de la abolición de la esclavitud, carecieron de una política hacia los negros liberados, lo que terminó vertebrando las favelas actuales. En 1862, el diputado Aureliano Tavares Bustos, quien posee una calle que lo recuerda en el corazón de San Pablo, dijo que “el inmigrante europeo debería ser blanco de nuestras ambiciones, así como el africano el objeto de nuestras antipatías”. Fueron los comienzos de la “era Eugenia”, la que modeló el intento absurdo de blanquear a Brasil, facilitando la llegada de inmigrantes europeos y devolviendo a los negros a sus países de origen.


El imperio

La realidad en los Estados Unidos marca que los negros están representados en el fútbol americano, el béisbol y el básquet. Pero la discriminación tiene allí una expresión sofisticada y tácita. El investigador norteamericano Eric Gumby Anderson realizó un trabajo sobre el racismo que está basado en los comienzos del siglo XXI, concluyendo que la segregación debe ser analizada desde las posiciones que ocupan en el campo los negros que juegan en las disciplinas de mayor consumo popular.


El detalle es que tienen un porcentaje ínfimo de los puestos estratégicos en los diferentes juegos. Por ejemplo, se estima que sobre fines de la década pasada el 9 % de los zagueros de la NFL eran negros (el 68 % de los jugadores de la liga lo son), y sólo el 1 % de los cáchers de la MLB también eran hombres de color. Asimismo, los negros están ausentes de las funciones directivas del deporte estadounidense. De hecho, todas las minorías promedian el 5 % del total de los ejecutivos de la NFL. En 2000 no había negros dueños de los equipos participantes de la competencia y tampoco los hubo en el pasado.


Los jugadores de color pioneros de la NBA como Nat Clifton (primer negro en firmar un contrato), Chuck Cooper (primer drafeado) y Earl Lloyd (primer jugador de color en disputar un partido en la NBA) dieron paso a grandes estrellas (Russell, Baylor, Robertson, Chamberlain, Erving, Drexler, Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar, Jordan, Kobe Bryant, LeBron James, Shaquille O'Neal, Lillard, entre tantos), hasta conformar la actualidad, donde hay minoría blanca en la Liga (aproximadamente el 29 % en 2023). Aunque esto desprende que el número y la situación de los jugadores negros ha mejorado, el detalle a interpretar es que la gran mayoría de los cargos de poder en la NBA (propietarios de franquicias, entrenadores y ayudantes, preparadores físicos y managers) siguen estando en manos de individuos blancos.

Jesse Owens en el podio olímpico después de su victoria en el salto de longitud en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 junto a Naoto Tajima (izquierda) y Luz Long (derecha). Owens fue el primer atleta de una larga lista que dejó en evidencia -delante del régimen nazista y del mundo- la idea de que alguien es superior a otro por el color de su piel.


En 2007, The New York Times publicó un informe que demostraba cómo los árbitros de la NBA se guiaban por su condición racial a la hora de señalar las faltas. En concreto, los blancos sancionaban más a los jugadores negros y los árbitros de color hacían lo mismo con los basquetbolistas blancos. Descendiendo en el tiempo, asoma el recuerdo de las persecuciones indiscriminadas y las presiones del Ku Klux Klan a boxeadores negros como Joe Louis o Ray Sugar Robinson, un mediano formidable que se sentía tratado como un blanco por su capacidad para generar negocios y dinero. “Yo soy un negro al que muchos miran como un blanco, porque cobro bolsas muy altas”, decía Robinson (algo similar expresó décadas después Samuel Eto´o) antes del auge del “Black Power”, cuando era señalado por su supuesto colaboracionismo con la prepotencia blanca.


Entonces…

¿Qué síntomas le dan vida al sentimiento racista de los norteamericanos hacia los negros? Los psicólogos estadounidenses Donald Kinder y David Sears lo explican a través de una visión afectada, la cual se ha masificado, al decir que es “una mezcla de afecto antinegro y de defensa de los valores morales tradicionales americanos, que están personificados en la ética protestante… una forma de resistencia al cambio en el statu quo racial basada en que los negros violan valores tradicionales americanos como el individualismo, la confianza en sí mismo, la ética del trabajo, la obediencia y la disciplina”.


Por último, un cuestionamiento cualitativo consiste en saber si el deporte puede modificar, aunque sea parcialmente, el grado de intolerancia que tiene raíces culturales tan vigorosas. Es verdad que el fútbol parece haber reaccionado ante el racismo, ya que sanciona con severidad sus consecuencias, pero no hay que desechar que el ataque a las minorías en los estadios afecta directamente al producto que la industria comercializa. Es la sociedad, no el deporte, la que está sobrepasada de leyes ligeras que condenan al racismo, pero no lo impiden.


Mientras, en España circula un refrán urbano que es más sabio que la propia historia, el cual reza: “si tu Dios es judío, tus pizzas italianas y tu automóvil alemán, ¿por qué llamas extranjero a tu vecino?”.

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