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No son los billetes: es la historia, estúpido

El presidente Alberto Fernández presentó la nueva impronta cultural


Cuando en la jornada de ayer, el presidente Alberto Fernández, acompañado por el titular del Banco Central Miguel Pesce y de la AFIP, presentaba el nuevo diseño de los billetes, en realidad, lo que se puso de manifiesto fue el retorno de la historia en la cotidianidad de los argentinos. Sumar figuras históricas como las de Juana Azurduy, María Remedios Del Valle y Martín Miguel de Güemes vuelve a poner en debate la argentina que transita entre la individualidad y la de los procesos colectivos y solidarios.


Aplicando un reduccionismo, se podría decir que es la histórica batalla entre unitarios y federales la que está puesta en los billetes. Esa línea divisora de aguas que marca las dos argentinas. Las de la revolución de mayo, la de Caseros, la de la Vuelta de Obligado, la de los empréstitos de Rivadavia, la de las matanzas de Julio Roca; la de San Martín, Belgrano, Moreno, Yrigoyen, Perón y la de Mitre, y la de Sarmiento, Pellegrini, Alvear, Uriburu, Justo, Menem, de la Rúa y Macri.


El “fin de las ideologías, de la historia” no es un fenómeno local. Muy por el contrario. Es un zapín que procura cortar de raíz identidad y valores culturales en los pueblos. La ecuación sería: si no hay historia, la misma se construye cuando uno llega. Siempre desde la individualidad, por cierto. Por eso, resultaba tan caro para Cambiemos rescatar y ponderar supuestos logros personales.

No es ningún secreto que una de los factores de dominación imperial, es dejar de lado la historia de los pueblos. De ahí, que focas y gorilas adornarán los billetes hasta ayer.

Que figuras como Mauricio Macri, Mario Negri, Vial, salieran a cuestionar los nuevos billetes, ratifica de qué lado de la vida y de la historia se paran. Están seguros que es el lado correcto. El problema es que, en estos actores la intolerancia y el respeto a la diversidad no calan en su humanidad. Esto se torna grave cuando quienes desde el Estad rompen la barrera e introducen la intolerancia y alientan el odio evitando debatir.


En definitiva, es la histórica lucha que los pueblos del mundo se dan a la hora de definir y construir identidad y valores culturales. En este proyecto de consolidar un mundo globalizado, queda en claro que no puede ni debe haber historia. Son los algoritmos y la conquista de la subjetividad que esto trae aparejado a la hora de avanzar con la globalización.


Dentro de esta lucha, nada es casual. Como tampoco la guerra en Ucrania tras la ocupación rusa. Y el intento manifiesto de EE.UU en general una nueva guerra de dimensiones inimaginables al solo efecto de pegarle a China y así destruir el BRICS. Así lo acaba de deslizar, ayer, el presidente de los EE.UU durante su gira por Japón y Korea del Sur.


Por lo tanto, cuando los pueblos pierden el saber de dónde vienen, es más factible el sometimiento y dominación. El nuevo mundo nos depara que la historia no cuenta. Bastaría recorrer las redes sociales.


Frente a este panorama, y mientras la población padece la presión inlfacioanria y codicia de un puñado de empresa, volver a ponderar a nuestros próceres resultaba un ejercicio ineludible

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