Milei repite fracasadas recetas y una vieja historia, sólo que disfrazada de una falsa libertad y mejora económica
- Editorial Tobel
- hace 6 horas
- 4 Min. de lectura
El presidente, frente a la Cámara Estadounidense-Argentina, AmCham, no defendió la industria nacional ni el trabajo argentino. Celebró las privatizaciones, la apertura indiscriminada y la subordinación del Estado a las “reglas del mercado”.

Columna de Opinión
Escriben: Hipólito Covarrubias, José “Pepe” Armaleo y Fernando Gañete Blasco
Hace hoy ocho décadas fue Braden o Perón, hoy la historia vuelve con otro nombre, otras herramientas, pero el mismo dilema de fondo: Soberanía Nacional o Dependencia. El AmCham Summit 2025 dejó al desnudo el nuevo formato de colonización: inversión condicionada, algoritmos que deciden por nosotros y dirigentes que aplauden su propia entrega. Mientras Milei se jacta de tener el apoyo de las corporaciones extranjeras, el pueblo sufre las consecuencias de un proyecto de entrega. La historia se repite: ya no es Braden, ahora es AmCham. La diferencia es que hoy el sometimiento se disfraza de modernidad, algoritmos y libertad de mercado.
En 1946, la Argentina eligió entre dos caminos: el del embajador estadounidense, Spruille Braden, y sus aliados locales, o el de Juan Perón y un proyecto de nación soberana con derechos sociales. Hoy el escenario se repite, pero con nuevos códigos y una narrativa aggiornada. El embajador Marc Stanley no improvisó cuando elogió al presidente Milei como “el mejor CEO que jamás haya tenido Argentina”. No fue un halago, fue una definición política.
En el mundo que proponen -y que intentan instalar como sentido común- los países dejan de ser naciones soberanas para convertirse en unidades de negocio administradas desde el exterior. El pueblo, reducido a “usuarios”, sólo tiene permitido elegir entre plataformas. El voto pierde potencia frente a los algoritmos. La política se subordina a los balances financieros.
La AmCham Summit 2025 fue el escenario donde esta lógica quedó expuesta. No hubo lugar para el disimulo: el mensaje fue directo, con formato de foro, pero contenido de ultimátum. Allí, los representantes de las grandes empresas norteamericanas en el país marcaron la cancha y el presidente argentino se mostró más cómodo obedeciendo que proponiendo. No habló para el pueblo, sino para los dueños del poder económico. No defendió la industria nacional ni el trabajo argentino, sino que celebró las privatizaciones, la apertura indiscriminada y la subordinación del Estado a las “reglas del mercado”.
La supuesta “libertad” que pregonan se traduce en un sometimiento total: laboral, cultural, económico y hasta digital. Porque mientras el gobierno desmantela instituciones públicas, entrega el litio, desfinancia universidades y precariza a los trabajadores, las corporaciones tecnológicas amplían su control sobre los datos, las decisiones y hasta los imaginarios.
Hoy no nos gobiernan estadistas sino gerentes. No se planifica un país, se administran intereses ajenos. Las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza, no necesitan intervenir con marines ni golpes: les alcanza con CEOs que apliquen el programa sin discutirlo. En nombre de la eficiencia se entrega la soberanía. En nombre del “mundo libre” se disciplinan las resistencias internas.
Corporaciones extranjeras y oligarquía cipaya avanzan sobre nuestros recursos con la complicidad de funcionarios que transforman al país en un paraíso para el lavado de dinero. Es penoso que buena parte de nuestra dirigencia calle ante semejante entrega, cuando debería estar al frente de cada protesta social. La disyuntiva es brutal: o recuperamos un proyecto de país con leyes, justicia social y soberanía, o nos resignamos a ser un territorio saqueado, con apenas un 20%, en el mejor de los casos, de la población dentro del consumo y el resto excluido, sin futuro.

Producto de las políticas oficiales, 11.300 industrial Pymes nacionales debieron cerrar las puertas.
Lo que está en juego no es el futuro: es el presente. Es el modelo de país que queremos. Uno que diseñe su desarrollo en función de su pueblo, de su historia, de su cultura y de su trabajo. O uno que se limite a ejecutar las líneas bajadas desde una embajada, festejando cuando los indicadores financieros mejoran mientras la gente come menos y vive peor.
Frente a esto, la tarea es la misma de siempre: organizarnos, comprender el momento histórico y recuperar el protagonismo popular. No hay algoritmo que sustituya la conciencia ni embajada que se imponga a un pueblo movilizado. El destino no está escrito en inglés ni se diseña en PowerPoint. Se construye desde abajo, con militancia, con debate, con unidad y con coraje.
La respuesta no vendrá de arriba. La democracia, la soberanía y el futuro se construyen desde abajo. Con organización, con política, con lucha. Es tiempo de tomar las riendas de nuestro destino y volver a decir: la Patria no se vende, la Patria se defiende.
Si no te involucrás, otros ocuparán ese lugar y no lo harán a tu favor. No votar no es una posición neutral; es dejarles el camino libre a los poderosos: a los mercados, a los CEOs, a los gerentes que gobiernan desde las sombras. La inacción es la oportunidad que los poderosos esperan para avanzar sobre lo que es de todos. La abstención fortalece a quienes no representan al pueblo, a quienes usan algoritmos para decidir nuestro destino sin rendir cuentas. Quedarse afuera es ceder soberanía y legitimar la entrega de nuestras decisiones a quienes sólo buscan su lucro.
Por eso, ser parte, comprometerse y militar es la única forma de evitar que decidan por nosotros.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.
*Hipólito Covarrubias, José “Pepe” Armaleo y Fernando Gañete Blasco. Militantes todos e integrantes del Centro de Estudios de la Realidad Social y Política Argentina, Arturo Sampay.
Comments