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Las promesas no llegan y el gobierno ingresa en tiempo de descuento

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • hace 5 horas
  • 3 Min. de lectura

La expectativa que sostuvo el ajuste empieza a agotarse y, en el vacío que deja la política, avanzan nuevos poderes que nadie parece dispuesto a disputar


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Columna de Opinión

Por: José "Pepe" Armaleo*

 

Durante buena parte de 2024 y 2025, el oficialismo logró sostenerse sobre una premisa simple: aguantar ahora para vivir mejor después. Inflación contenida, dólar estable y un discurso de sacrificio necesario construyeron una tregua social frágil pero efectiva. No fue bienestar, fue promesa. Y una parte significativa de la sociedad aceptó perder porque creyó que estaba invirtiendo en el futuro.


Ese ciclo empieza a cerrarse cuando la espera deja de tener sentido. Cuando los salarios no se recuperan, el empleo no crece y el consumo sigue restringido, el esfuerzo ya no se percibe como transición sino como castigo. El problema central del gobierno deja de ser económico y pasa a ser subjetivo: la expectativa se erosiona más rápido que los indicadores.


No se avecina necesariamente un estallido, pero sí algo más persistente: un desgaste social de baja intensidad. Jubilados, trabajadores informales, sectores medios empobrecidos y economías regionales viven el ajuste como experiencia cotidiana. No hay épica ni grandes movilizaciones, hay hartazgo. Y ese hartazgo no necesita gritar para horadar al poder.


A ese límite se suma otro, menos visible pero igual de profundo: el agotamiento del relato tecnoutópico. La promesa de que el mercado, la tecnología y la Inteligencia Artificial resolverán lo que la política no pudo empieza a chocar con la realidad. La robotización no genera empleo masivo, la IA expulsa más de lo que integra y el futuro aparece, para muchos, como amenaza antes que como oportunidad. Cuando el progreso deja de incluir, la narrativa libertaria pierde su principal sostén simbólico.


En ese vacío empieza a consolidarse un actor que avanza sin resistencia: el evangelismo político. No como fenómeno religioso individual, sino como estructura de poder territorial, de contención social y de producción de sentido. Allí donde el Estado se retira y el mercado no llega, los evangelistas organizan comunidad, ofrecen certezas y construyen autoridad. Hoy no hay una fuerza política que dispute seriamente ese espacio. Y cuando la política abdica, otros ocupan su lugar.


El 2026 no inaugura un tiempo de calma. Marca el cierre del ciclo de la espera y la apertura de otro, más áspero y más disputado. Ya no alcanza con administrar el ajuste ni con prometer un futuro abstracto. La pregunta que se abre es quién va a animarse a volver a hablar de trabajo, previsión, comunidad y derechos en un escenario donde el malestar crece y el sentido vuelve a estar en juego.


Porque cuando la política no interpreta ese malestar ni lo organiza, alguien más lo hace. Y casi nunca a favor de una sociedad más justa. Nada de lo que ocurre es inevitable ni natural. La Argentina no está condenada: está en disputa. Disputa de proyectos, de valores y de futuro.


La pregunta, entonces, no es qué va a hacer el gobierno, sino qué vamos a hacer nosotros. Si vamos a limitarnos a observar el desgaste o si vamos a intervenir para transformar el malestar en organización, en propuesta y en horizonte colectivo. Porque las etapas no se cierran solas ni los nuevos tiempos se abren por inercia: se construyen. Y esa construcción -hoy más que nunca- nos involucra.


"La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse."


*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.

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