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La gente no tiene en claro que está votando, caso contrario, no votaría contra su propio destino

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • hace 2 horas
  • 3 Min. de lectura

Si el pueblo hoy no reconoce en la política popular una herramienta de transformación es porque durante demasiado tiempo dejó de ser una práctica transformadora para convertirse en una gestión sin alma o en una burocracia sin épica.

Foto Reuter


 Columna de opinión

*José “Pepe” Armaleo


Si el pueblo supiera con claridad lo que se está votando, no votaría en contra de su propio destino. Pero nadie transforma lo que no conoce. Y nadie defiende un futuro que no le fue narrado con esperanza. En esa falla comunicacional, política y ética se esconde gran parte de la impotencia actual del campo popular. La motosierra avanza no sólo por su crueldad, sino por nuestra confusión (siendo diplomático). Y por una apatía popular creciente que no es natural: es inducida, fabricada, funcional al proyecto de entrega.


La política no es sólo tener razón. Es convencer (persuadir diría Perón), emocionar, disputar sentidos. La verdad no se impone por sí sola: necesita mediadores, lenguajes, símbolos, relatos. Si el pueblo supiera que lo que está votando hoy es un futuro sin trabajo, sin industria, sin soberanía, no lo votaría. Pero no lo sabe. O lo sabe a medias, sin comprender del todo las consecuencias. Y ahí, en esa tierra de nadie, donde habitan el desconcierto y la frustración, gana terreno el discurso brutal de la motosierra.


En ese sentido, el campo popular -y el peronismo en particular- debe hacerse cargo de una autocrítica largamente postergada. Porque nadie puede cambiar lo que no conoce, y si el pueblo hoy no reconoce en la política popular una herramienta de transformación es porque durante demasiado tiempo esa política dejó de ser una práctica transformadora para convertirse en una gestión sin alma o en una burocracia sin épica.


Pero también, hay que decirlo con claridad, sobre esa decepción y sobre esos errores no asumidos se construyó una apatía social inducida. No es apatía por falta de interés: es apatía como defensa frente a la traición, como hartazgo frente al desencanto. Es una apatía cultivada por los medios, por el lawfare, por la antipolítica, por la cultura del sálvese quien pueda. Y es en ese pantano donde florecen las motosierras. No se puede politizar al pueblo sin antes comprender por qué dejó de creer. Y no se puede recuperar la fe sin hablar, de frente, sobre lo que se hizo mal.


Javier Milei no es un accidente. No es sólo producto del algoritmo ni de una moda global. Es el resultado local de errores propios no asumidos: pactos de cúpula sin pueblo, liderazgos sin renovación, discursos anclados en la nostalgia o en la denuncia impotente. Sin autocrítica no hay refundación posible. Sin autocrítica, toda resistencia se vuelve testimonial.

Mientras tanto, el Gobierno avanza con una coherencia despiadada. Su proyecto no es de ajuste, es de destrucción: de la matriz productiva, del Estado, de los lazos sociales, del contrato democrático. La motosierra no es sólo una metáfora; es un método de imposición colonial. No se trata sólo de pobreza o de inflación. Se trata de entregar el país a los intereses del capital financiero y las potencias extranjeras. De convertirnos, en nombre de una falsa libertad, en una nueva Ghana o en un nuevo Perú: economías desguazadas, dependientes, sin industria nacional, sin futuro.


Pero la motosierra avanza porque del otro lado no hay un relato integral que proponga un país para vivir, para soñar, para construir. Hay resistencias fragmentadas, protestas aisladas, críticas certeras pero inconexas. Falta una narrativa de esperanza concreta, que no sea sólo memoria ni moralismo. Una narrativa que vuelva a enamorar con la idea de justicia social, de soberanía, de comunidad organizada.


La alternativa no puede ser una repetición nostálgica del pasado ni una denuncia interminable del presente. Tiene que ser una irrupción política con vocación de futuro, con coraje para disputar el sentido común y con la humildad suficiente como para revisar errores propios. Porque el pueblo no es tonto, pero está solo (y espera). Y nadie defiende o se apropia de lo que no conoce o lo que no lo convoca.


No hay tiempo que perder. Porque el futuro está en disputa. Y si no lo construimos nosotros, otros lo van a imponer. Con motosierra.


O nos apropiamos de la política como herramienta de liberación o la política colonial se apropiará definitivamente de nosotros.

 

“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.


*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudio de la Realidad Social y Política argentina, Arturo Sampay.

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