top of page

La ceguera voluntaria

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • 7 jul
  • 5 Min. de lectura

El Gobierno habla de “sacrificio”, de que lo “pague la casta” cuando, en realidad, el peso recae en las mayorías, mientras los amigos del poder multiplican sus privilegios.

ree

 

Columna de Opinión

Por: José "Pepe" Armaleo.


Mientras el relato oficial exhibe cifras maquilladas y frases hechas, la Argentina real se hunde en el hambre, la desocupación y la exclusión. Pero no es improvisación ni torpeza: es un proyecto político deliberado. El gobierno de Milei ejecuta un plan que apunta a destruir la clase media, disciplinar a los sectores populares y entregar la soberanía económica. Frente a eso, mirar la realidad de frente no paraliza: moviliza.


"No hay peor ciego que el que no quiere ver", dice el refrán popular. Y en la Argentina actual, esa frase describe no sólo una actitud individual sino una decisión colectiva de parte de un sector de la sociedad que no ve, elige no ver, no preguntar, no escuchar. Lo llamarán esperanza, paciencia o fe en el mercado, pero es también comodidad, desinformación, apatía y/o miedo.


Sin embargo, el Gobierno no está ciego. Muy por el contrario: sabe perfectamente lo que hace. Lo que muchos leen como caos o improvisación es, en realidad, un plan meticuloso para consolidar un modelo de país al servicio de los poderosos. Un proyecto de fractura social deliberada, que busca borrar la memoria colectiva y terminar de destruir ese tejido tan argentino que fue -y en parte sigue siendo- la clase media.


El ajuste no es sólo ajuste: es una reconfiguración estructural. La “motosierra” no es un instrumento de emergencia: es el núcleo de un experimento político y económico cuyo objetivo es barrer con derechos, instituciones públicas y subjetividades colectivas. El mensaje es claro: ya no hay lugar para todos. O te salvás solo o no te salvás.


Sí, la inflación se desacelera (según la prensa hegemónica que vocifera con alegría que llegaría al 27,5% para fin de año, cuando fustigaban al gobierno de CFK porque tenía una inflación del 26 % anual en 2015, que paradójico, ¿no?) pero no por una recuperación productiva ni por una política redistributiva. Se desacelera porque la gente dejó de consumir. Porque millones han recortado alimentos, medicamentos, transporte, ropa y hasta las ganas de vivir. Porque en esta Argentina de “déficit cero”, el precio lo pagan las provincias que no pueden pagar sueldos, las universidades al borde del cierre, los jubilados sumidos en la pobreza y los miles de trabajadores despedidos del Estado, entre otros.


Mientras tanto, las ganancias de bancos, mineras, energéticas y fondos de inversión no paran de crecer. El Gobierno habla de “sacrificio”, pero ese sacrificio es ajeno: lo hacen las mayorías, mientras los amigos del poder multiplican sus privilegios. Se promete "orden", pero es el orden de los cementerios: un país paralizado, con apatía, miedo, hambre y resignación.

Detrás del relato de austeridad, hay una estrategia de concentración. Porque el ajuste no es neutro: siempre cae sobre los mismos (y vos sabés quienes son). Y porque cada derecho eliminado, cada institución pública desfinanciada, cada salario licuado, es una oportunidad de negocio para algún fondo de inversión, una empresa extranjera o un capital concentrado.

Se instala un nuevo sentido común donde “todo está mal, pero antes era peor”, donde “hay que esperar”, donde “el mercado nos va a salvar”, “hay que invertir en acciones, Bitcoin, bonos, etc. (como si supiéramos o pudiéramos).


Días pasados, incluso Fito Páez, el artista que fue voz de sueños y pesadillas colectivas de más de una generación, sorprendió con declaraciones desconcertantes. Desde Madrid, en plena gira europea, dijo a la agencia EFE: “las utopías no sirven para nada”. No lo dijo en un rapto privado de desencanto: lo afirmó públicamente, relativizando el sufrimiento que provoca el ajuste brutal -hoy llamado con eufemismo “la motosierra”- y deslindando responsabilidades del presente en quienes gobernaron antes, reclamando una “autocrítica a cielo abierto”. Tiempo Argentino 28/06/2025.


Que una figura tan relevante de nuestra cultura repita parte del guión del poder, mientras miles caen bajo la línea de pobreza y la represión acecha a quien protesta, no es sólo un síntoma del desgaste social: es también una señal de cuán eficaz ha sido el intento por quebrar el deseo colectivo de transformación.


La frase “las utopías no sirven” pretende clausurar el futuro. Pero no hay presente posible sin una idea de futuro. Y, sobre todo, no hay presente que no sea consecuencia del pasado.


Lo que vivimos hoy no cayó del cielo. No empezó el 10 de diciembre. Es el resultado de un largo proceso de endeudamiento, fuga, deterioro del Estado y concentración de la riqueza, que tuvo su génesis en el macrismo y su continuidad -con otras formas- en la falta de decisión para enfrentar a los poderes fácticos.


Y si no sigo más atrás en el tiempo es porque durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner se desendeudó al país (reconocido por los propios economistas liberales), se recuperaron resortes estratégicos del Estado, se ampliaron derechos y se apostó a un modelo de crecimiento con inclusión. Esa etapa, con aciertos y errores, fue una clara ruptura con la lógica neoliberal que hoy ha vuelto con más violencia y desparpajo.


El ajuste actual no puede entenderse sin esa genealogía. Pretender que todo empezó ahora es funcional a los mismos que nos trajeron hasta acá. Y deslindar responsabilidades del presente en quienes gobernaron antes, como si fueran equivalentes, es confundir causas con consecuencias.


Por eso, más que nunca, necesitamos recuperar las utopías. No como fantasías ingenuas, sino como horizontes posibles. Como motores del compromiso. Como brújula ética. Porque si no soñamos con un país más justo, terminamos aceptando este presente como el único mundo posible.


Hoy, la deuda crece, el dólar oficial, casi se mantiene artificialmente planchado, y el Gobierno -no desorientado, sino deliberado- despliega su verdadero plan: destruir el Estado, licuar salarios, desorganizar a la sociedad y disciplinar a través del miedo, la pobreza y la represión. En ese contexto, el descreimiento y la apatía ganan terreno. La apatía electoral crece. Se instala la idea de que “nada puede cambiar”.


Pero lo cierto es que si uno no se involucra, nada cambia. Y si nadie pelea, el saqueo avanza. Por eso, mirar de frente la realidad es también un acto de resistencia. Porque detrás del relato hay personas que sufren, pero también hay otras que se organizan. Universidades que no se callan. Sindicatos que luchan. Barrios que se cuidan. Comunidades que se niegan a naturalizar la injusticia.


La ceguera voluntaria del pueblo no se combate sólo con datos, sino con organización y con esperanza. Y la ceguera del poder no existe: es cinismo con estrategia. Por eso, cada vez que mienten, cada vez que ajustan, cada vez que reprimen, están construyendo el país de unos pocos.


Depende de nosotros evitarlo. Porque como dice otro refrán, más verdadero que cualquier editorial oficialista: "el que no llora, no mama, y el que no protesta, no come."


El presente duele, sí. Pero el futuro no está escrito. Y será nuestro si nos atrevemos a soñarlo y a transformar esos sueños en objetivos realizables. A construirlo. A pelearlo.

*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudio de la Realidad Social y Política Argentina Arturo Sampay y de Primero Vicente López

Comentarios


BP_PF_300x250_1px banner bco.gif
WhatsApp Image 2024-09-17 at 17.32.10.jpeg

Presentado por

Logo Tobel -blanco.png
bottom of page