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El miedo cambió de vereda

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • 19 jun
  • 4 Min. de lectura

El 18 de junio podrá ser esa suerte de bisagra que de vuelta la realidad.

Foto: Larisgoitia


Columna de Opinión

Por: José "Pepe" Armaleo.


18 de junio de 2025. Tal vez el tiempo diga que fue una bisagra. No porque el poder haya cedido -todavía no-, sino porque el Pueblo volvió a la calle sin miedo. Y porque lo que se empieza a disputar no son sólo candidaturas o egos: lo que está en juego es quién conduce, con qué proyecto y contra qué poder. Cristina habló y la Plaza escuchó en silencio. Después, el grito fue uno solo.


Los hechos históricos no siempre se anuncian con bombos ni titulares. A veces se sienten primero en el cuerpo. El 18 de junio fue uno de esos días. Un día en que el Pueblo, con sus muchas voces, volvió a encontrarse en la calle.


Desde la madrugada, columnas populares llegaron desde el conurbano y el interior. Algunas fueron demoradas o bloqueadas por fuerzas de seguridad en operativos que buscaron desarticular el encuentro antes de que estallara. Pero no pudieron frenarlo. Porque no era una marcha convocada desde arriba: era una reacción que venía de abajo, del subsuelo que vuelve cuando la historia lo llama.


La Plaza fue un espejo de esa profundidad: peronismo en todas sus vertientes, fuerzas de izquierda, radicales, sindicatos sueltos, movimientos sociales, feministas y estudiantiles, ciudadanos sin etiquetas. Una multitud heterogénea y decidida. No era una estructura: era un Pueblo.


Y en ese Pueblo volvió a emerger con nitidez una verdad que algunos quisieron negar o minimizar: la disputa no es por un nombre ni por un lugar en la boleta. La disputa es por la “conducción política del campo nacional y popular”. Y más allá de las tensiones visibles -Máximo vs. Axel, Macri vs. Milei-, lo que se libra de fondo es algo mucho más profundo: ¿quién conduce, con qué legitimidad, frente a qué enemigo y con qué pueblo?.


En esa ecuación hay algo que incomoda profundamente, más allá de banderas y pertenencias partidarias: no se bancan que sea una mujer la que conduzca. Y esa incomodidad no es exclusiva del poder económico, judicial o mediático: es transversal, atraviesa a muchos varones -y también a algunas mujeres- de todos los espacios. Porque el liderazgo de Cristina no es decorativo ni condicionado. Es conducción real. Y eso descoloca, altera jerarquías, rompe moldes.


Cristina no estuvo físicamente en la Plaza, pero fue el centro emocional y político del acto. Cuando su voz se hizo oír por los altavoces, la multitud entera guardó un silencio denso, casi reverencial. No hubo celulares en alto ni gritos interrumpiendo. Sólo oídos atentos y ojos humedecidos. Porque no hablaba sólo una dirigente. “Hablaba la conductora”.


Ese instante evocó inevitablemente a aquellos años de proscripción en que las cintas grabadas por Perón cruzaban la clandestinidad para llegar a los actos y encuentros militantes. Allí donde se escuchaba su voz, se hacía un silencio absoluto. Un pueblo entero en vilo, aguardando palabra por palabra del que había sido elegido para conducir.


El martes 18, esa escena se repitió con Cristina. Y cuando su mensaje terminó, no hubo pedidos de cargos ni negociaciones a media voz. El grito que brotó fue de liberación. Como si, al volver a oírla, el Pueblo también recuperara su propia voz.


Esa multitud no fue un gesto de nostalgia. Fue un acto de futuro. Porque las bases ya no esperan guiños ni cargos. Se están organizando. Desde abajo, con conciencia y con coraje. Se está construyendo un nuevo “nosotros”, diverso pero firme.


Y eso es lo que el poder teme. No una interna, no una elección, no una consigna. Temen que el Pueblo ya no tiene miedo. Temen que la conducción esté más viva que nunca. Temen que sea mujer.


Eso que se vio en Plaza de Mayo es lo mismo que empezamos a construir, a escala local, en Vicente López, con Primero Vicente López. Una herramienta política nacida desde abajo, que abraza la heterogeneidad como potencia y no como obstáculo.


Y esa construcción, como la nacional, va a poner a prueba a todos. A la dirigencia, que deberá elegir entre especular o dar el paso. Y a la militancia, que deberá animarse a ser protagonista, incluso cuando no todo esté claro.


Los grandes medios intentarán decir que fue apenas una postal. Pero lo que ocurrió fue mucho más: “el miedo cambió de banda, de vereda”. Y cuando eso pasa, ya nada vuelve a ser igual.


Porque lo que se disputa ya no es sólo el poder: es el sentido. Y en ese terreno, las mujeres -y Cristina, sobre todo- ya no están pidiendo permiso. Están marcando el rumbo.


La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.


*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la Realidad Social y Política Argentina, Arturo Sampay y de Primero Vicente López.

 
 
 

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