El exilio: la patria lejana y la cicatriz indeleble
- Editorial Tobel
- 31 mar
- 3 Min. de lectura
El documental “Partidos”, con dirección de Silvia Di Florio y sobre una idea de Juan Gastaldi, nos abre la puerta a un debate no saldado que nos remonta a lo profundo de la historia.

Columna de Opinión: José "Pepe" Armaleo*
Desde tiempos inmemoriales, el exilio ha sido una de las más crueles condenas que puede sufrir un individuo o un pueblo.
Desde Sócrates hasta nuestros días, la partida forzada, la imposibilidad de volver, la construcción de una identidad en tierra ajena y la angustia de no ser de aquí ni de allá han marcado a generaciones enteras. En Argentina, el exilio ha sido una constante en los momentos de quiebre político y social, dejando una herida que atraviesa siglos de historia.
El destierro de San Martín, Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Perón son ejemplos paradigmáticos de la historia argentina. San Martín, el libertador de América, terminó sus días en Boulogne-sur-Mer, lejos de la patria que ayudó a forjar. Rosas, tras su derrota en la Batalla de Caseros en 1852, se refugió en Inglaterra, donde murió sin poder regresar. Perón, en tanto, sufrió un largo exilio de 18 años, errando por distintos países hasta que su pueblo lo trajo de vuelta en 1973.
Estos exilios forzados no fueron meros traslados geográficos, sino experiencias desgarradoras que significaron el desarraigo y la reconstrucción de una vida sin raíces. Como expresó el poeta Juan Gelman, quien también sufrió el destierro, "uno se acostumbra al exilio, pero nunca deja de doler".
En la última dictadura militar (1976-1983), el exilio fue otra de las tantas consecuencias del horror instalado. Miles de argentinos tuvieron que abandonar el país para salvar sus vidas, dejando atrás familias, amigos, trabajos y proyectos. Algunos partieron con la esperanza de regresar pronto; otros, con la certeza de que su hogar ya no existía. Sin embargo, a esa certeza de persecución y peligro se le sumaba otro peso: la culpa. La culpa de haber logrado escapar mientras otros compañeros eran secuestrados o asesinados, la culpa de sentirse a salvo mientras la maquinaria del terror seguía funcionando en su país. Muchos exiliados cargaron con esa angustia silenciosa, una sensación de traición involuntaria que los acompañó durante años. Sus hijos, los hijos del exilio, crecieron en otras tierras, con otras lenguas y otras costumbres, ajenos y al mismo tiempo ligados a un país y una historia que conocieron a través, con sus más y sus menos, del relato de sus padres.
El documental “Partidos”, con dirección de Silvia Di Florio y sobre una idea de Juan Gastaldi, aborda esta temática de manera profunda y casi poética, sin incurrir en golpes bajos. A través de testimonios de quienes vivieron el exilio en carne propia y de sus hijos, la película reconstruye esa herida abierta que sigue marcando la identidad de muchos argentinos.
El exilio es, en definitiva, una marca que atraviesa generaciones. No se trata sólo de la partida, sino de la fractura de una identidad y de la necesidad de reconstruirse en un lugar que nunca será completamente propio. En la historia argentina, el exilio ha sido un recordatorio permanente de las crisis y persecuciones, pero también de la resistencia y la memoria. Recordarlo es una forma de sanar, de hacer justicia y de garantizar que nunca más una generación tenga que abandonar su hogar para salvar su vida.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia y la soberanía no se entrega”.
Por José “Pepe” Armaleo: Militante, Abogado, Magister en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la realidad política y social Argentina Arturo Sampay, Zona Norte.
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