El Centro de Estudios Arturo Sampay metió el dedo en la llaga: la crisis socio-económica y de valores
- Editorial Tobel
- hace 3 horas
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A través de un documento pone en debate la encrucijada que enfrenta el país entre los dos modelos claramente opuestos que irán a las urnas. El desafío de convivir con estas asimetrías.

Foto archivo: una de las tantas charlas abiertas organizadas por el Centro de Estudios.
Desde el Centro de Estudios Arturo Sampay Zona Norte, a semanas de las elecciones, se dio a conocer un documento que pone en debate la encrucijada que enfrenta el país entre los dos modelos claramente opuestos que irán a las urnas. Un escrito que invita a la reflexión en medio de un escenario nacional en donde la violencia y maltrato institucional (y económico) son naturalizados por vastos sectores de la población. Esto sucede, a la luz de los acontecimientos, mientras el progresismo, el denominado campo nacional y popular, no logra una síntesis que abra, desde lo propositivo, un nuevo ventanal a los desafíos que el mundo impone. El otro gran desafío, seguramente, será cómo convivir con estas asimetrías.
“No se trata de optar entre Estado o mercado, sino de reconstruir un proyecto que integre el mercado, el Estado y la economía social para pasar de una matriz financiera dependiente a una productiva y soberana. Las próximas elecciones no son sólo un trámite democrático: son la oportunidad de decidir quién gobierna el futuro”, reza parte del escrito elaborado por el Centro de Estudios Arturo Sampay.
En este sentido, ponen de relieve que la deuda pública, que ya supera los 465.000 millones de dólares, “no es sólo una cifra fría: es un mecanismo que condiciona nuestras políticas, nuestras prioridades y, en definitiva, nuestro futuro”.
El Centro de Estudios "Arturo Sampay", vale mencionar, está conformado, entre otros, por Alejandro Filomeno, Nora Forciniti, Juan Pablo Cafiero, José “Pepe” Armaleo, Antonio Carabio, Magdalena “Maguy” Gagey, Aníbal Arroyo, Fernando Gañete Blasco, Néstor Bachés, Germán Cárrega, Marcos Lohlé, Oscar Levrero, Mónica Labonia, Fermín Lahitte, Melisa Demetrio, Hipólito Colarruvias, Claudio Leveroni, Miguel Scianamea, Claudio del Río, Oscar Demarchi, Oscar Neyssen, Natalia Neremberg, Claudia González y Miguel “Tano Armaleo.
En otra parte del documento, analizan que “cuando se erosiona el lazo comunitario, lo que queda es un sálvese quien pueda que sólo beneficia a los más fuertes”. En este sentido, agregan que es imperioso “reforzar la idea de comunidad por encima del individualismo, es clave: la historia demuestra que los pueblos que se organizan, avanzan. Los que se dividen, retroceden”.
Texto completo del documento
En medio de una deuda interna impagable, tasas usurarias y un sistema financiero orientado a la especulación, la Argentina enfrenta una encrucijada histórica. No se trata de optar entre Estado o mercado, sino de reconstruir un proyecto que integre el mercado, el Estado y la economía social para pasar de una matriz financiera dependiente a una productiva y soberana. Las próximas elecciones no son sólo un trámite democrático: son la oportunidad de decidir quién gobierna el futuro.
Esta nota es una síntesis de las charlas, debates y reflexiones colectivas mantenidas en las reuniones del Centro de Estudios de la Realidad Política y Social Arturo Sampay, donde distintas miradas y experiencias confluyen en un mismo propósito: pensar, debatir y proyectar una Argentina soberana, justa y solidaria. En este proceso, el Dr. Sebastián Valdecantos -Profesor Asociado en la Universidad de Aalborg (Dinamarca)- realizó valiosos aportes que enriquecieron el análisis y las propuestas aquí plasmadas.
En medio de una crisis financiera y social de magnitud, la Argentina enfrenta semanas decisivas. La deuda pública, que ya supera los 465.000 millones de dólares¹, no es sólo una cifra fría: es un mecanismo que condiciona nuestras políticas, nuestras prioridades y, en definitiva, nuestro futuro. El endeudamiento acelerado, las tasas usurarias en pesos, la concentración bancaria y la apertura indiscriminada de capitales forman parte de una lógica que, lejos de generar desarrollo, profundiza la dependencia y la desigualdad.
La política monetaria vigente permite que buena parte del ahorro nacional se canalice hacia títulos públicos que pagan intereses siderales, en lugar de impulsar la producción, el trabajo y la innovación. En este marco, las decisiones recientes de reducir impuestos a los sectores de mayor renta y de seguir incrementando la colocación de deuda a corto plazo sólo profundizan la fragilidad.
Desde la reforma financiera de 1977, el sistema bancario dejó de ser un servicio público regulado para transformarse en un negocio privado con capacidad de orientar el crédito según su propio interés. Hoy, apenas el 11 % del PIB se destina a financiar al sector privado, mientras el resto del sistema se concentra en sostener la deuda pública y operaciones especulativas en moneda extranjera².
Frente a este panorama, la verdadera disputa no es un falso dilema entre Estado o mercado. La decisión crucial es si vamos a reconstruir un proyecto nacional que articule, potencie y coordine los tres pilares que son el motor de una economía soberana y equilibrada:
• El mercado, como espacio de intercambio y competencia productiva, al servicio del desarrollo y no de la especulación.
• El Estado, como garante de derechos y planificador estratégico, capaz de impulsar ciencia, investigación y tecnología; liderar grandes obras públicas; y orientar el cambio de una matriz financiera improductiva hacia una matriz productiva generadora de empleo y valor agregado.
• La economía social, como entramado vivo de cooperativas, mutuales, pymes y organizaciones comunitarias que producen trabajo digno, arraigo territorial y distribución equitativa de la riqueza.
Países con historia y cultura distintas a la nuestra -sin importar su ubicación o tamaño- entienden el papel del Estado como articulador y no como adversario del mercado. Esto no es ideología: es una práctica visible en Estados Unidos, en China, en Europa y en buena parte del sudeste asiático. Y aunque no son los únicos, los países escandinavos resultan un ejemplo emblemático: allí el Estado robustece el bienestar no sólo a través de servicios públicos universales, sino fomentando una desmercantilización estratégica de derechos -salud, educación, vivienda- e integrando el sector social como parte estructural del desarrollo, nunca como residuo asistencial³.
En sintonía con esta visión, Juan Domingo Perón sentenció: “Primero la Patria, después el Movimiento, y luego los hombres”⁴, poniendo el proyecto colectivo por encima de intereses individuales o sectoriales. Más adelante, el Papa Francisco recordó que “el todo es más que la parte, y también más que la mera suma de ellas”⁵. Esta afirmación nos recuerda que el verdadero poder está en la comunidad organizada y solidaria, que supera al simple agregado de individuos aislados.
Estas ideas refuerzan una visión antitética al individualismo extremo que predomina en la lógica financiera y especulativa: una visión donde la economía y la política se fragmentan en intereses particulares, en la competencia feroz y en la búsqueda del beneficio inmediato, sin consideración por el bienestar común ni por el futuro compartido.
La integración de los tres pilares -mercado, Estado y economía social- es la forma concreta de encarnar esta visión comunitaria, capaz de construir un desarrollo soberano, equitativo y duradero, que no deje a nadie afuera ni en desventaja. Integrar estos tres pilares no es una consigna abstracta: es la condición para recuperar la capacidad de decidir sobre nuestros recursos, nuestro trabajo y nuestro futuro. Es la diferencia entre seguir administrando la crisis bajo las reglas de los acreedores o construir una Argentina que se gobierne a sí misma.
Las elecciones que se avecinan no son un mero procedimiento institucional. Son, en esencia, un plebiscito sobre el modelo de país que queremos: uno atado a la lógica del endeudamiento eterno, donde las decisiones clave se toman en las mesas de negociación financiera, o uno que recupere la soberanía, la producción y la justicia social como ejes de un desarrollo duradero.
En nuestro país, la disyuntiva no es técnica, es política: decidir si nos resignamos a un modelo extractivista, de concentración de riqueza y exclusión social, o si apostamos a reconstruir un pacto social que garantice derechos, impulse la producción nacional y distribuya de manera justa los frutos del trabajo.
Porque el progreso no surge de la fragmentación, sino de la cooperación. Y cuando se erosiona el lazo comunitario, lo que queda es un sálvese quien pueda que sólo beneficia a los más fuertes. Reforzar la idea de comunidad por encima del individualismo es clave: la historia demuestra que los pueblos que se organizan, avanzan. Los que se dividen, retroceden.
La Argentina necesita un horizonte compartido. No basta con resistir, hay que proponer. No alcanza con denunciar, hay que construir. El futuro no se delega: se pelea, se organiza y se gana.
Porque un pueblo que vota por su dignidad, vota por su soberanía. Y un pueblo soberano no se arrodilla ante nadie.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.
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Notas al pie
1. Ministerio de Economía de la Nación Argentina – Informe de deuda pública, junio 2025.
2. “En Argentina el crédito al sector privado… solo representa el 11 % del PBI…” Perfil.com, nov 2024.
3. Esping-Andersen, Gøsta (1990). The Three Worlds of Welfare Capitalism. Princeton University Press.
4. Juan Domingo Perón, discurso en el Congreso Nacional Justicialista, 1949. Archivo Histórico del Peronismo.
5. Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n.º 235.
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