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16 de Septiembre de 1955: el golpe que abrió las puertas del infierno

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • 16 sept
  • 2 Min. de lectura

Ese día comenzó la llamada Revolución Libertadora, que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Lo que se presentó como un levantamiento militar para “restaurar la república” terminó abriendo un ciclo de proscripción, represión y violencia política que anticipó los peores años de nuestra historia.


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Asunción del almirante Isaac Rojas. 24-9-55


Columna de Opinión
Por: José "Pepe" Armaleo*

El 16 de septiembre de 1955, distintos levantamientos militares se desataron de manera simultánea en varias ciudades del país. Córdoba fue epicentro de la insurrección que en pocos días terminó con la caída de Perón, el cierre del Congreso y la disolución de las instituciones democráticas. La autodenominada Revolución Libertadora se presentó como una gesta moralizadora, pero en realidad inauguró un largo período de persecución política y violencia estatal.


Ese golpe no fue un hecho aislado. Fue una operación cuidadosamente planificada que contó con la complicidad de sectores civiles, eclesiásticos y empresariales, interesados en revertir las conquistas sociales y laborales alcanzadas en la década previa. Lo que siguió fue la intervención de universidades, sindicatos y partidos; la proscripción del peronismo y la clausura de toda forma de participación popular. Los fusilamientos de José León Suárez, que Rodolfo Walsh retrató con maestría en Operación Masacre, y el testimonio imprescindible de Salvador Ferla en Mártires y Verdugos, dan cuenta de la brutalidad con que se ejerció la represión: no se trató de “excesos”, sino de un método sistemático de disciplinamiento social.


La Libertadora abrió un surco en la política argentina: allí se sembraron las semillas de un autoritarismo que se repetiría en los años siguientes. La violencia paraestatal, el secuestro y la tortura como herramientas de control, la persecución ideológica y el terrorismo de Estado no nacieron en 1976: encontraron en 1955 su primer ensayo general. Esa fue la antesala de lo más siniestro que nos pasó como país, el laboratorio de prácticas represivas que luego derivarían en el genocidio de la última dictadura cívico-militar.


Recordar el 16 de septiembre no es un ejercicio de nostalgia: es una tarea política y militante. Porque la historia enseña que cada derecho conquistado está bajo amenaza cuando el poder económico y sus socios buscan torcer la voluntad popular. Y porque lo que se perdió en aquel septiembre oscuro todavía nos advierte que la democracia y la justicia social sólo se sostienen con organización, memoria y lucha colectiva.


"La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse."

 

*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.

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