Un 16 de septiembre de 1955, golpe de Estado mediante, comienza una historia que aún persiste
- Editorial Tobel
- 16 sept
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Así como en aquellos años la dictadura cívico-militar dio rienda suelta a una verdadera persecución y matanza de dirigentes justicialistas, esto también se tradujo en lo que se conoce como "La Noche de los lápices". Con anterioridad se produjo la "Noche de los bastones largos". En la actualidad, la crueldad proviene del gobierno nacional.

El 16 de septiembre de 1955 se produce la sublevación autodenominada “Revolución Libertadora”, movimiento cívico-militar encabezado por el general Eduardo Lonardi, que derrocó al gobierno constitucional del general Juan Domingo Perón. El 13 de noviembre de 1955, Lonardi sería reemplazado por el general Pedro Eugenio Aramburu.
La historia da cuenta que en aquel trágico momento de la llamada Revolución Libertadora, comandada por Eduardo Lonardi, Isaac Francisco Rojas y Pedro Eugenio Aramburu, da inicio a un proceso signado por desterrar de la Argentina todo intento de construcción política basado en consolidar una patria justa, libre y soberana. El golpe de Estado contra H. Yrigoyen, vale recordar, también tuvo similares intencionalidades.
Por esas cosas nada extrañas de la vida y de la historia nacional, los golpes cívico-militares se reiteraron hasta el 24 de marzo de 1976. Siempre con el mismo objetivo: destruir políticas de neto corte nacional. Aquel golpe del 55 tomó como prenda de “unidad nacional” la persecución de dirigentes y funcionarios peronistas, el fusilamiento de muchos de ellos, la desaparición de militantes, la proscripción, la prohibición de nombrar en todos los medios de comunicación palabras como Justicialismo, Perón, Evita, por caso.
El Justicialismo de aquellos años logró convivir y superar las contradicciones y crueldad que imponía la derecha. Evitó la cultura de la venganza y el odio. Sin embargo, aquella derecha reaccionaria sí hizo de la venganza y el odio un mecanismo de construcción política. Lo hizo y lo continúa haciendo, tal cual profesa abiertamente el gobierno de Milei.
Y por esas cosas, reiteramos, nada extrañas de la vida, un 16 de septiembre pero de 1976 otra terrible muestra de odio y venganza se manifiesta en el país conocida como “La Noche de los lápices”. También, siempre bajo dictadura, en este caso la de Onganía, se produjo lo que se conoció como la "Noche de los bastones largos". La dictadura cargó contra profesores universitarios, golpeándolos, torturándolos y deteniéndolos.
Estudiantes secundarios del Colegio Normal 3 de La Plata eran secuestrados hace 46 años por efectivos a las órdenes del entonces jefe de la Policía bonaerense, el coronel Ramón Camps, en el marco de un operativo de represión ilegal que se conocería como "La Noche de los Lápices".
Las víctimas eran militantes que habían participado en la movilización que un año antes había conseguido la implementación del Boleto Estudiantil Secundario (BES)”, recuerdan desde la Agrupación la Juan Manuel de Vicente López en homenaje a esos chicos asesinados por la dictadura del 76.
En cuanto a la “revolución Libertadora, bien vale hurgar en el sendero de la historia. Para esto recurrimos a un escrito del fallecido historiador y periodista, Fermín Chávez.
La cuarta invasión inglesa
Fuente: Fermín Chávez, Revista Primera Plana Nº507, 13 de septiembre de 1973.
La contrarrevolución de 1955 no fue gestada en 1954. No nació con el negocio petrolero iniciado con la Standard Oil ni en el conflicto con la Iglesia argentina. La confabulación venía tomando cuerpo desde la segunda mitad de 1950 y principios de 1951, a través de los trabajos que realizaban en el ejército Pedro Eugenio Aramburu, Luis Leguizamón Martínez, Benjamín Menéndez, Eduardo Lonardi y José F. Suárez.
Si el movimiento peronista y su gobierno tuvieron fuertes enemigos internos, no es menos cierto que los hubo mayores en el exterior. El principal, entre éstos, era un imperio en decadencia, pero un imperio al fin. Inglaterra, puesto que de ella hablamos, iba a jugar sus cartas con maestría y sin esos movimientos bruscos que delatan a los carteristas novicios. En este sentido, la Argentina de 1955 fue la carpeta de juego en la que los legos debieron enfrentar, con desventaja, a los fulleros.
La revolución peronista hirió sensiblemente a las minorías oligárquicas y a la burguesía del país, pero también perjudicó ostensiblemente a los intereses británicos que, a la postre, se unirían con quienes les ofreciera la más segura posibilidad de revancha. Si es verdad que sancionó a los Bemberg, es cierto también que lesionó duramente la esfera de influencia de los británicos.

Foto: En San Isidro un asesino tiene la misma consideración que un demócrata
En un olvidado artículo periodístico de 1957, Juan Perón señaló que la llamada “revolución libertadora” trajo la cuarta invasión inglesa. “Ante la incredulidad de propios y extraños -escribía-, nacionalizamos, comprando y pagándoles los transportes, puertos, teléfonos, silos y elevadores, frigoríficos, servicios de gas y energía, el Banco Central, creamos la Flota Mercante, que llegó a ser la cuarta del mundo, y dimos al país transportes aéreos. Industrializamos la Nación facilitando la instalación de industrias pesadas. Asimismo, fabricamos gran cantidad de maquinarias y automotores. Así logramos la independencia económica, arrojando por tercera vez al invasor británico”. En otro párrafo del texto que estamos rememorando decía Perón: “Nuestra economía justicialista les resultó desastrosa. Sirva un ejemplo: en textiles y afines importábamos de Inglaterra por un valor de 100 millones de dólares anuales. En 1954, esa cifra se redujo a medio millón anuales. Como último bastión, le quedaba nuestro mercado comprador de petróleo. Inglaterra nos vende combustible por valor de 350 millones de dólares por año. Nuestro gobierno había firmado ad referéndum del Congreso de la Nación, un “contrato de locación de servicios” con la Standard Oil de California. Por éste, la compañía norteamericana se comprometía a explorar parte de nuestro subsuelo y extraer el petróleo que hubiera, el que debía ser entregado en su totalidad a YPF para su comercialización”.
Es posible que los ingleses hayan hecho el cálculo de la pérdida que el cambio de política petrolera significaba para ellos, y que decidieran intervenir, contando como contaban con fuertes aliados en la marina de guerra argentina. Los hechos parecen dar entera razón a estos asertos. El viaje de Milton Eisenhower a la Argentina, registrado en el invierno de 1953, indicó el principio del cambio en cuanto a relaciones internacionales. En menos de dos años el cuadro varió visiblemente. El 26 de mayo de 1955 el profesor Silenzi de Stagni dio su famosa clase contra el proyecto de contrato petrolero, que tanto impresionó a los jefes de las Fuerzas Armadas. El 31 de agosto la comentó el periódico Die Welt, de Hamburgo, sobre la base de una síntesis enviada por su corresponsal.
El grupo Bemberg, símbolo de toda una época de la Argentina librada al apetito de los consorcios internaciones, se convirtió en el enemigo más enconado e intrigante de Perón. Los misteriosos “accionistas franceses” de la Cervecería Quilmes no se quedaron quietos y acrecentaron la propaganda antiargentina en el exterior. Al grupo Bemberg se agregó en 1951 el grupo Gainza Paz, estrechamente ligado a la UP y a la SIP, cuando el movimiento expropió La Prensa y lastimó a la oligarquía en dos de sus mucosas más sensibles: el bolsillo y el orgullo de clase.
Finalmente en la consolidación “moral” del frente antiperonista interno jugaron un papel importante las logias masónicas y otras agrupaciones típicas de la burguesía antinacional.













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