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Milei, los "soretes", "coimeros", "ensobrados" y una nueva clase social

Se trata de la “digitalizada” que permite y tolera las locuras más extremas de un sistema democrático tolerante y racional.

Por: Miguel "Tano" Armaleo.- Si, de algún modo, la historia y la realidad han demostrado la conformación de tres clases sociales que disputan poder y luchan por conquistas, sin temor a exagerar, se podrá coincidir que estamos en los primeros pasos de una cuarta clase social: la digitalizada. La que se nutre de algoritmos, de redes sociales. La que vive e interactúa prendido al celular. La que se cree empoderada a través de las redes sociales por tener un millón de amigos -seguidores-, pero cuando la parca lo arrima al hospital, la realidad le mete un piñón en el mentón: ve a su alrededor y está sólo. Se apagó la red, se acabaron los millones de amigos.


Es el hombre en la soledad más absoluta que, en el mejor de los casos, lo acompaña un familiar y, lógicamente, el andamiaje de salud pública que lo cobijara en la recta final de la vida. Si pertenece a esa clase alta, o media, seguramente podrá contar con algún acompañante que lo cuide.


La clase digitalizada se zambulle en redes donde todo está permitido, donde no hay controles ni filtros. Es una gran vidriera de catarsis generalizada, dicen algunos filósofos y estudiosos de estas nuevas herramientas sociales.


No hay red de contención cuando la brutalidad, ignorancia, odio o violencia escalan por la red. Todo está permitido. Vale lo mismo el pensamiento de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Albert Einstein, Cesar Milstein, Manuel Belgrano, Vargas Llosa, San Martín o Manuel Dorrego, Alfonsín, Yrigoyen, Perón, que el de un energúmeno, o bella mujer, que no logra hilvanar un pensamiento propio que nada tiene que ver con la intelectualidad. Estamos hablando de utilizar el sentido común, el espíritu crítico y no quedarse con el texto subido a las redes.


La clase digitalizada es intolerante y autoritaria; y bruta y, sobre todo, sin sentido de patria, nacion, soberanía y justicia. Además, son anarcos.Sin embargo, tiene la particularidad de nutrirse de un buen señor, o joven, de un lujoso barrio cerrado como de una buena señora o joven de un pueblo de apenas un puñado de habitantes donde la pobreza sobresale en el horizonte y también se refleja en el retrovisor de la vida. A ambos, ricos y empobrecidos y excluidos del sistema, los une una misma plataforma: las redes sociales.


Es en este punto donde comienza a entenderse, en parte, por qué la ultraderecha reaccionaria intolerante y autoritaria logró escalar al poder, voto mediante, en la Argentina.


Javier Milei es el producto de ese discurso donde todo está permitido, todo vale. Fundamentalmente la mentira, el falso relato. Donde no reina el orden ni las reglas; mucho menos los pactos democráticos y sociales. La violencia es el discurso a festejar. También "cotiza" descalificar al que no piensa igual o tiene criterios distintos al poder imperante. La clase digitalizada evita la interpelación, el espíritu crítico cuando la brutalidad y el odio escalan posiciones en las redes. Más aún cuando detrás de esa usina existen miles y miles de seguidores lo que le otorga, al "difamador u odiador serial", una suerte de diplomatura.


Sólo así se comprende por qué un presidente como Milei, ante el silencio cómplice de sus socios PRO y radicales, trata de “soretes”, “coimeros”, "ratas" “ensobrados” y “mierda” "fracasados de Chascomus" a diputados y dirigentes que no comulgan con su ideología extremista. Milei es la encarnación del autoritarismo, del quiebre de todo pacto de convivencia democrática, del sentido común. Las redes sociales, la clase digitalizada, le festeja su violencia y agresión, los funcionarios también.


Escuchar decir al PRESIDENTE “soy el topo dentro del Estado” argentino, es muy fuerte, es perverso. “Soy el que destruye el Estado desde adentro. Es como estar infiltrado en las filas enemigas. La reforma del Estado la tiene que hacer alguien que odie el Estado. Y yo lo odio tanto que estoy dispuesto a soportar todo tipo de mentiras, calumnias e injurias tanto sobre mi persona como sobre mis seres más queridos que son mi hermana, mis perros y mis padres, con tal de destruir el Estado”.


Es el mismo presidente que considera al Estado como una asociación ilícita. Es el mismo presidente que alimenta la evasión fiscal y la fuga de capital, y define a quienes lo hacen como “héroes”. No, es demasiado, pero cierto. De ahí a proponer la rebelión armada, hay un trecho. Tal vez es lo que está buscando, que lo echen. No hay que perder de vista que “El Loco” nunca duró más de dos años en ningún trabajo. Su temperamento y fundamentalismo ideológico (narcocapitalista), algunos lo ubican más cerca del nazismo que de cualquier espíritu democrático, es conocido.


Es increíble, pero no hay juez ni fiscal que intervenga ante tanta locura institucional. Invita a implosionar, destruir al Estado, algo así como alentar un crimen sobre millones de personas y nadie dice nada. El Congreso, que debería actuar ante semejante avanzada, está cooptado por una oposición (PRO y radicales, especialmente) que, a partir de una lectura errónea del peronismo al cual intentan descalificar definiéndolo como kirchnerismo, no termina por definir de qué lado de la vida se ubican: si de un nuevo contrato social que garantice más y mejor democracia o zambullirse, como lo hacen, a las mieles salariales que le garantiza el oficialismo


Solo un pueblo movilizado y formado, como se vio en la marcha universitaria, tal vez pueda poner límite a semejante barbarie institucional y degradación política como la que practica un dirigente político como resulta el presidente Javier Milei. Avalada, por cierto, por esta clase digitalizada y un puñado de grandes empresas que utilizan al primer mandatario para concretar sus ambiciones económicas.

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