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La Inteligencia Artificial entre la soberanía y la dependencia

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • hace 3 horas
  • 3 Min. de lectura

La tecnología puede ser una herramienta de liberación o una nueva forma de colonización. El desafío es que el Estado asuma la conducción política del proceso, para que el conocimiento no se convierta en un privilegio del capital sino en un derecho del pueblo.

 

Imagen Infobe
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Columna de Opinión

Por: José "Pepe" Armaleo*


La edición de hoy de Página/12 publica un artículo titulado “La Inteligencia Artificial transforma la investigación y la atención clínica”, firmado simbólicamente por la propia Inteligencia Artificial. El texto celebra los avances tecnológicos que están revolucionando la salud y la investigación médica, pero también advierte sobre los riesgos éticos y la necesidad de una regulación que oriente su desarrollo.


La cuestión de fondo no es técnica, sino política. La tecnología, sin conducción, se convierte en un nuevo instrumento de dominación. El conocimiento es poder, y el poder tecnológico no puede quedar en manos de corporaciones privadas que operan sin control nacional. El Estado no puede limitarse a observar: debe conducir, planificar y orientar el proceso en función del interés colectivo.


La Inteligencia Artificial no es neutra: expresa intereses, valores y relaciones de poder. Cuando los algoritmos se entrenan con los datos de nuestros pueblos y el control lo tienen las multinacionales del Norte, estamos entregando soberanía digital. En el terreno sanitario, eso equivale a ceder el control sobre la información más sensible de una sociedad: la salud y la vida de sus ciudadanos.


El artículo de Página/12 ilustra con ejemplos de innovación que provienen todos del mundo desarrollado -AstraZeneca, Roche, hospitales europeos- mientras América Latina aparece como simple consumidora. Esa asimetría no es casual: refleja un modelo global de producción de conocimiento donde los países periféricos proveen datos y los centrales generan valor. La inteligencia artificial aplicada a la salud podría democratizar el acceso al diagnóstico y al tratamiento, pero sin un proyecto propio refuerza la dependencia tecnológica.


Frente a quienes sostienen que la regulación excesiva frena la innovación, cabe una respuesta clara: la planificación no es una traba, es una brújula. Un Estado inteligente no impide la innovación, la orienta. La diferencia entre un país que produce tecnología y otro que la consume radica en quién define sus objetivos y prioridades.


Si el Estado no regula, lo hará el mercado. Y el mercado siempre regula en función del lucro. La IA puede diagnosticar un cáncer con precisión o vender seguros de salud ajustados a algoritmos que predicen la muerte: la diferencia la marca la política.


Hay también un desafío cultural. El discurso tecnocrático tiende a reemplazar la decisión humana por el cálculo automatizado. Esa sustitución erosiona el sentido ético de la medicina y del trabajo científico. Si aceptamos que el algoritmo tiene la última palabra, estamos renunciando a la deliberación moral que define nuestra humanidad.


Por eso, no basta con adoptar las recomendaciones de organismos internacionales como la OPS o el BID. Se necesitan marcos regulatorios nacionales, organismos con capacidad de auditar algoritmos, controlar el uso de datos y garantizar la transparencia de los modelos. La soberanía tecnológica comienza en la capacidad de establecer nuestras propias reglas.

La Inteligencia Artificial puede ser una herramienta de liberación o de dependencia. En manos de un Estado soberano y de una sociedad organizada, puede democratizar el conocimiento y mejorar la salud pública. En manos del capital concentrado, será una nueva forma de colonización.


El progreso no se mide por la cantidad de datos procesados, sino por la justicia que esos datos ayudan a construir. Gobernar la modernidad con justicia social implica asumir la conducción política del futuro: porque no está escrito en los códigos fuente, sino en la voluntad colectiva de los pueblos.


"La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse."


*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.

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