Degradan la militancia reduciéndola a mano de obra barata
- Editorial Tobel
- hace 1 día
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Reflexiones urgentes sobre el desprestigio de la política y la ausencia de procesos democráticos internos.

Columna de Opinión
José "Pepe" Armaleo
Se llegó a un nuevo cierre de listas y se repitió la escena: negociaciones entre cúpulas, pactos de aparato, candidaturas decididas a puertas cerradas. Mientras tanto, a la militancia se la convoca, pero sólo para acompañar. Se la aplaude, pero no se la escucha. Se la moviliza, pero no se le da voz. Así, la política se degrada y pierde sentido. Porque sin procesos internos reales, no hay participación posible. Y sin participación, no hay proyecto colectivo que resista.
Me lo dijo un viejo e histórico dirigente peronista: “cuando no hay un proceso interno ordenado con reglas democráticas, es muy difícil participar”.
Y lo pienso hoy, viendo cómo se arman las listas en casi todos los espacios políticos. En el peronismo, sí, pero también en La Libertad Avanza, donde la autodenominada nueva política repite viejas prácticas verticalistas, y en propuestas como “Somos Buenos Aires”, donde la rosca se disfraza de renovación. En todos lados, más caciques que indios. Y los indios -los militantes, los de a pie- siguen siempre en el mismo lugar: sin incidencia real, sin acceso al debate, sin poder de decisión.
Los otros días me dijo otro viejo e histórico militante, con crudeza y sin vueltas: “a la militancia la han reducido a la mano de obra barata de la política”.
Y esa frase, tan dura como cierta, vuelve cada vez que se repite la escena: convocatorias urgentes para militar una candidatura ya cerrada; actos masivos donde se celebra lo hecho, pero nunca se interroga lo que se dejó de hacer; llamados a la unidad que no surgen de una síntesis colectiva, sino de un acuerdo entre pocos.
Estamos frente a una degradación progresiva de la política como herramienta de transformación. No por falta de vocación militante, sino por el vaciamiento de los procesos. La política se vuelve un espacio cerrado, ajeno, donde se pondera la gestión, pero no el proyecto; donde se celebra la lealtad, pero no la discusión; donde se premia la obediencia y no el pensamiento crítico.
Y entonces, la pregunta que emerge con fuerza es otra: ¿la política es así porque está degradada o es así porque refleja una sociedad que también lo está? ¿No será que lo que vemos en los armados, en las listas, en las roscas cerradas y en las lógicas del poder, es apenas el espejo de valores sociales también erosionados por décadas de frustración, individualismo, desencanto y pérdida de sentido colectivo?.
Pero esta crítica no es un lamento nostálgico. Es una interpelación urgente. A quienes hoy conducen, pero también a quienes acompañamos. A quienes tienen responsabilidades institucionales, legislativas, y a quienes sostienen cada día espacios comunitarios, sociales, sindicales, territoriales o culturales. Si no democratizamos la política desde adentro, si no reconstruimos mecanismos reales de participación, si no volvemos a confiar en la capacidad de la militancia organizada, entonces habremos renunciado a transformar el presente.
La política no puede ser sólo una carrera personal, como pareciera que se ha convertido. Tiene que volver a ser un proyecto común. Y para eso, hay que discutirlo todo. Con todos. De cara a la gente. Con reglas claras, con internas reales, con vocación de síntesis y con una práctica que no convierta a la militancia en espectadora ni en mano de obra barata, sino en protagonista de su propio destino, dejar de creer que “somos los elegidos”.
Porque después nos preguntamos ¿por qué la participación electoral baja cada vez más? Como si fuera un misterio. ¿En serio? La apatía no es casual. Es hija directa de esta política que decide sin abrir, que convoca sin escuchar, que promete sin transformar. Y mientras eso no cambie, cada vez seremos menos.
Si no corregimos este rumbo, la política seguirá alejada de su función: la de transformar la realidad, la de dar voz, equilibrar poder, habilitar debates y reinventarse desde abajo.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.
José “Pepe” Armaleo, Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la Realidad Social y Política Argentina Arturo Sampay y de la agrupación Primero Vicente López.
Coincido. Las prácticas politucas debemos mejorarlas desde abajo
Muy buen análisis. Coincido plenamente.