A días de las elecciones, ¿vota el bolsillo, el odio, el falso relato, la esperanza y el anhelo de un país con justicia social?
- Editorial Tobel
- hace 3 días
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Aunque el hambre golpee con crudeza, la hegemonía del discurso económico logra que muchos acepten el sacrificio en nombre del “equilibrio fiscal”. El desafío político es correr ese velo y recuperar el sentido de justicia social como horizonte colectivo.

Columna de opinión
José “Pepe” Armaleo*
En días recientes, Álvaro García Linera sostuvo que el progresismo latinoamericano perdió fuerza porque no avanzó en reformas de segunda generación, aquellas capaces de transformar la estructura económica y consolidar la distribución de la riqueza. Desde otra perspectiva, Juan Domingo Perón advertía que la víscera más sensible de los pueblos es el bolsillo, señalando que el bienestar material es el termómetro último de la política.
Sin embargo, la realidad argentina nos enfrenta a escenas que parecen contradecir esas verdades: una mujer mayor, de bajos recursos, que asiste a un merendero para poder beber un vaso de leche, declara en una entrevista estar conforme con el rumbo económico, porque “se alcanzó el equilibrio fiscal”.
¿Cómo entender este fenómeno? Lo que observamos es la eficacia de una construcción cultural que logra disociar la experiencia material del relato dominante. La señora no habla desde su hambre, sino desde un discurso instalado por los medios y el poder: que el sacrificio es inevitable y que “ordenar la economía” justifica cualquier padecimiento (lo mismo vale para la suba de tarifas que asfixia a familias, comercios, clubes de barrio y pymes). Así, la promesa de un futuro mejor se impone a la dura realidad del presente.
Esto no desmiente a Linera ni a Perón, sino que introduce un matiz: la batalla política hoy no se libra sólo en la economía, sino también -y quizá, sobre todo- en el terreno de la subjetividad. Mientras se sostenga la fe en el relato del sacrificio, la víscera sensible puede ser adormecida. Pero cuando esa promesa se rompa, el bolsillo volverá a reclamar su lugar como juez de la política.
Además, conviene señalar que el mentado equilibrio fiscal no se logra por obra de una administración virtuosa, sino a costa de no pagar lo que corresponde: se retacean recursos a las provincias, se ajustan las jubilaciones, se recortan salarios docentes, se estrangulan las universidades, se paralizan políticas sociales. Ese supuesto equilibrio es, en realidad, un equilibrio de cementerio: el orden de la quietud forzada, del silencio impuesto, de la vida social paralizada. Pero mientras millones padecen, hay otros que se benefician: los grandes grupos financieros que cobran intereses usurarios, las corporaciones exportadoras que disfrutan de beneficios impositivos, los especuladores que hacen negocios con la deuda y con la fuga de capitales. El ajuste no es neutro: redistribuye, pero hacia arriba, concentrando riqueza y poder en pocas manos.
Frente a este panorama, el desafío para quienes creemos en la justicia social es doble: no basta con esperar que la crisis desgaste al modelo de ajuste, es necesario disputar el sentido, correr el velo del relato único y mostrar que otra economía es posible y necesaria, una economía que ponga en el centro la vida digna de nuestro pueblo.
Porque, al fin y al cabo, no hay equilibrio fiscal que valga si se sostiene sobre el hambre de los argentinos. El verdadero equilibrio es el que nace de la solidaridad, el trabajo y la justicia social. Ese es el horizonte que debemos recuperar, construir y defender colectivamente, con la convicción de que ningún sacrificio impuesto por la élite financiera puede sustituir la esperanza y la voluntad de un pueblo en movimiento.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.
*José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.
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