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¿Qué harías con un empleado infiel que te quiere dañar?

  • Foto del escritor: Editorial Tobel
    Editorial Tobel
  • 2 jun
  • 3 Min. de lectura

Lo público es de todos y lo privado es de unos pocos. Pueden convivir y competir para que cada uno elija. Se complica cuando uno de los competidores quiere destruir al otro para que no haya opción. La destrucción puede ser más económica que demostrar que se es mejor.


Foto EE
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Por: Fernando Gañete Blasco.- Ahora que está de moda la Fórmula 1 en nuestro país por el regreso de Franco Colapinto como piloto titular (actualmente en el equipo Alpine), podemos imaginar una situación. ¿Qué sucedería si se descubriera que en un equipo de élite de la categoría hubiera uno de sus técnicos que boicotee al equipo en el que trabaja para que tenga un peor rendimiento y así beneficiar al rival? La respuesta es evidente. No sólo lo echarían del equipo al que pertenece sino que lo demandarían por millones de euros que, seguramente, el técnico infiel debería tener que hacerse cargo y hasta podría ir a prisión por mala praxis y por corrupto.

 

La pregunta es por qué lo haría. Por su lado, no sólo recibe el salario del equipo al que pertenece sino que se enriquece con lo que le paga el team rival. Y el equipo adversario sabe que le cuesta mucho menos pagarle a un “topo” del equipo rival para que su adversario quede detrás en el rendimiento que invertir para superarlo por calidad y mayor rendimiento. Otro interrogante sería: ¿por qué eso que es obvio entre dos equipos de Fórmula 1 no lo es entre una persona que se sabe -por sus propias confesiones- que es el “topo” que viene a destruir al Estado, que redunda en beneficiar a los capitales privados?


El miércoles hubo diez manifestaciones que acontecieron de distintos sectores en nuestro país. Entre ellas, los jubilados; el gobierno quiere que vuelvan las AFJP que ya demostraron los privados que se hicieron cargo oportunamente en otra gestión neoliberal que fue un fracaso, pero que sus dueños hicieron grandes negocios. También protestaron los científicos. Los dueños del capital privado no quieren que haya buenos profesionales en la ciencia porque son una amenaza por ser éstos los que potencien a cualquier Estado con sus conocimientos. Reclamaron los trabajadores del mejor hospital pediátrico de Latinoamérica; un peligro para los patrones de la salud privada que tendrían que invertir para demostrar que son mejores, por lo que prefieren que la salud pública sea de mala calidad, para que ellos parezcan buenos. O que a la población no le quede otra opción. Si no existiera lo público, todos tendrían que pagar los privados para que se enriquezcan los dueños, en lugar que -solidariamente- entre todos paguemos mucho menos para tener salud, educación, ciencia y jubilaciones de excelencia que un Estado bien administrado es el único que lo puede realizar.


Es por ello que hay que debatir la búsqueda de la eficiencia del Estado, donde los mejores trabajen en pos de mejorar la calidad de vida de la población y desarrollar un país próspero que no necesite de aquellos capitales privados que buscan condicionar a los países para hacer mejores negocios, sean éstos financieros o económicos.


El Estado no es ni más ni menos que todos sus ciudadanos y sus arcas son los dineros que éstos pagan de impuestos. En un país solidario, quien más tiene solventa un poco más que aquellos que son más vulnerables para que el que menos tiene, por lo menos, cuente con más oportunidades de salir de esa situación. En un país que pierde los valores humanos, de solidaridad, fraternidad y principios de una mejor convivencia se transforma en que cada ciudadano piense sólo en sí mismo y destruya al otro. En ese escenario ganarán sólo los poderosos que sumergirán al resto a la pobreza. Se destruirá la clase media porque los de arriba querrán quedarse con sus ahorros, quedarse con sus bienes por poco dinero, ya que es más barata una empresa si está en problemas económicos que si está sana y sin deudas. Esto sucedió en el gobierno neoliberal de Menem-Cavallo donde por poco dinero las multinacionales se quedaron con pequeñas empresas y grandes superficies de campos sumando hectáreas de pequeños productores necesitados.


El  “topo” que tenemos en el Estado hoy quiere destruir a la gran mayoría de los argentinos que le pagan su sueldo, el de su hermana y sus cómplices; quizá, porque reciba mayores prebendas del equipo rival, o sea los grandes capitales internacionales y unas pocas decenas de empresarios locales.


¿Y si los argentinos aplicáramos aquello que parece obvio que haría el equipo de Fórmula 1 damnificado con el empleado infiel?

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