No es Fabiola, son 1.5 millones de niños empobrecidos y hambrientos
Es la cantidad de niños que, según un estudio de Unicef, saltea una comida al día en un país donde la pobreza trepó al 55% en unos 8 meses, dejando atrás un 42%.
Por. Tano Armaleo.- Cuando el dolor que genera saber y conocer las agresiones físicas y psicológicas denunciadas por la ex primera dama, Fabiola Yáñez, en manos de su pareja, el ex presidenteAlberto Fernández, y toda la connotación institucional que esto trae aparejado, otro dato de la realidad termina siendo devorado por la morbosidad social, las miserias políticas y las pantallas televisivas. De acuerdo con un estudio de campo realizado por Unicef, el organismo de las Naciones Unidas para las infancias, sobre la pobreza en el primer cuatrimestre, se da cuenta que "más de un millón de chicos se va a dormir sin comer en Argentina". En definitiva, dos expresiones de violencia. Una de género sobre una persona, la otra, violencia extrema sobre millones de personas, en particular niños.
No sólo niños sufren en carne propia semejante agresión. Otro dato que día a dia va cobrando más volumen es que no pocos jubilados y jubiladas también se ven en la necesidad, por falta de dinero, de saltear por lo general la cena. El dato fue aportado por el director de un centro de Jubilados de Olivos, quien confió que muchos de sus pares se ven ante este dramático cuadro. “No te imaginás lo que se sufre ser jubilado, más si recibís la mínima (200 mil pesos de haberes)”, detalló ante este medio, Raúl quien, además, destacó un dato significativo: sus coetáneos suelen concurrir a centros municipales de jubilados con el solo objeto de obtener un plato de comida. Desgraciadamente se van naturalizando estos cuados como parte de una nueva cultura traída de la mano de falsos profetas.
La situación de pobreza en Argentina no es de reciente data, es evidente. Sin embargo, en el primer trimestre de 2024 subió a 25,8 millones de personas, más de la mitad de la población. Hubo un aumento de 7,7 millones respecto de los niveles del tercer trimestre del año pasado (último completo en la Presidencia de Alberto Fernández), lo que implica un incremento del 42,3% en seis meses. En tan sólo 8 meses de gobierno la pobreza escaló poco más de 10 puntos; nunca visto antes en la historia nacional. Si esto no es violento, agresivo, habría que preguntarles a quienes lo padecen.
En la actualidad, la pobreza trepó al 55%. Con el agravante que muchos de quienes revisten en el segmento de pobreza son trabajadores registrados. La pobreza los alcanza a partir de salarios pauperizados, tanto privados como públicos. Para no ser pobre, el salario debiera superar los 800.000 pesos. En tanto, la Canasta Básica Total (CBT) llegó -datos de junio- a los $851.351 para una familia de cuatro personas, compuesta por un varón de 35 años, una mujer de 31, un hijo de 6 años y una hija de 8. Técnicamente, las familias con ingresos inferiores a ese valor son consideradas “pobres”, más allá de la composición del hogar. Detrás de esta realidad se desnuda la destrucción de una clase media que, día a día, va engrosando los registros de pobreza.
Niños en hogares pobres, mal alimentados, padres empobrecidos, mal pagos y millones de familias con futuro inmediato conocido.
Mientras esto sucede, y esta lacerante realidad apenas cautiva un par de títulos y menos aún la atención de la población, el poder institucional se regodea entre el morbo buscando sacar rédito político (gobierno) sobre el padecimiento de Fabiola. Y, una dirigencia política, toda, que no termina de aportar caminos esclarecedores y soluciones concretas a una pésima distribución de la riqueza que condena a millones de personas, y niños, a un presente desesperante.
Más temprano que tarde, Fabiola obtendrá la merecida justicia que le cabe ante semejante aberración perpetrada, todo indica, por un estafador político. Padecerá, seguramente, la ex primera dama, daños que en gran medida podrá ir restañando. Otros quedarán para siempre.
Sin embargo, esos millones de empobrecidos por un sistema democrático que continúa profundizando la injusticia, no tendrán esperanza. El presidente seguirá haciendo lo que prometió hacer: destruir al Estado con todos adentro, niños incluidos. Y perdiendo varias horas al día, agrediendo y embarrándose en el morbo de Fabiola Yáñez como si fuera Néron que entrega a sus esclavos a los leones mientras la plebe disfruta del espectáculo en el gran circo romano, el Coliseo. En este caso, lo hace frente a una oposición que tiene su cuota de responsabilidad ante tanta pobreza, tanta injusticia y codicia empresarial que no encuentra quién le ponga límite mientras paga salarios por debajo de la línea de pobreza. Lo mismo sucede con los salarios estatales.
Si la oposición, en particular las primeras líneas de la dirigencia peronista, estaba en un cono de silencio, el mazazo que recibieron de parte de Alberto Fernández los guardó por completo. El silencio pareciera transferirles, a la oposición, un cierto grado de responsabilidad que nos les cabe.ante la grave denuncia que, de acuerdo con lo expresado por la víctima ante el juez, convertirían al ex presidente en un verdadero hijo de puta. Nadie debiera hacerse cargo de un funcionario que tenía, por lo visto, doble vida. Sería como responsabilizar al votante de Fernández por las agresiones a su pareja. Forzar semejante escenario es un acto de mala fe. Es lo que procuran materializar el gobierno y sus medios afines. Generar odio, crear o inventar enemigos, fragmentar a la sociedad, ni más ni menos que dividir para reinar. Es evidente que nada tienen que ver esos millones de votantes de Alberto Fernández y Cristina Fernández con los repudiables hechos de violencia de género. Sí el gobierno y dirigentes de mala fe, que utilizan el drama de Fabiola para sacar rédito político. Sin embargo, no se escandaliza por la pobreza. Mucho menos se preguntan por qué se produce.
Volviendo a los votantes. Así como los que votaron por el anterior gobierno nada tienen que ver con aquello que pueda emparentarse con todo tipo de violencia, de hecho ese gobierno, con virtudes y defectos, trabajó y actuó, y dio batalla cultural en todos los niveles para combatir la violencia, los que votaron por La Libertad Avanza transitan por otro camino.
El votante del actual gobierno sí sabía que el presidente es intolerante, agresivo y autoritario. Un votante que, tal vez, no creía que el modelo ideológico de Milei lo llevaría a perder el trabajo, recibir salarios por debajo de la pobreza o no poder pagar el boleto de colectivo, las tarifas de gas, luz y agua. Es decir, no poder garantizarle un plato de comida a su hijo antes de irse a dormir. Es un votante que, por lo visto, además de bancar todas las agresiones del primer mandatario, naturaliza el odio e intolerancia como parte de una cultura democrática.
Dentro de semejante cuadro, una vez más los ganadores son los de siempre: especuladores financieros, empresarios codiciosos y funcionarios más preocupados en sus billeteras que en buscar salir de la crisis. Sin embargo, sortear tantas injusticias, tanta violencia, tanto desprecio por el que trabaja y produce, por el empobrecido por el sistema, no es imposible. La historia política demuestra, a lo largo de la historia, que, aún asesinando, encarcelando o prohibiendo a dirigentes populares, progresistas y con sensibilidad social, más temprano que tarde la población retoma la senda de la sensatez, de la empatía hacia el otro. Recobra valores esenciales: respeto, tolerancia, empatía, solidaridad; al igual que directrices como trabajo, desarrollo inclusivo, patria, soberanía, cultura. Ni más ni menos que vivir en un país normal, previsible, donde no te alteren la cotidianidad con actos permanentes de agresión por parte de quienes debieran ser garantes de una natural convivencia democrática. Sin que esto implique evitar debates o cotejar modelos políticos antagónicos anteponiendo el pensamiento único.
El problema de la derecha es que pretende suprimir el natural antagonismo político sobre el cual navegan todas la poblaciones, creando la categoría de enemigo entendiendo que hay que eliminarlo como si la política fuera un escenario de guerra y no de diálogo y consenso. Todo indica que necesitan, estos sectores, el odio como marco de contención hacia su electorado.
Por eso cobra fuerza lo que proponen desde el peronismo, el progresismo en general, como es la conformación de un nuevo contrato social democrático. Aquel que media y talla en la resolución de conflictos cuando los gobiernos se corren e inclinan la balanza para un solo lado.
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