El estado de salud de Javier Milei vuelve a ser materia de preocupación nacional
- Editorial Tobel
- 17 mar
- 3 Min. de lectura
Su estado emocional, suponen, pone en riesgo la democracia y el sistema institucional.

Días atrás, el ministro Gabriel Katopodis se refirió, no sin preocupación, en torno al estado emocional del presidente Javier Milei. “Todas sus reacciones son nerviosas y violentas”, sostuvo el exintendente de San Martín; ampliar nota en siguiente link en nuestra Web: “Preocupado por la salud emocional del presidente”.
Una preocupación que tiene razón de ser en tanto y en cuanto, así lo sostienen profesionales de la salud, una persona con desequilibro emocional puede tener reacciones riesgosas para su salud, por ende, con la de su entorno. "Estados de euforia, tristeza y apatía e intolerancia a la frustración" son algunas de las características que presentan estas personas.
La manera de conducirse y proceder del presidente es claramente intolerante, autoritaria y violenta. Soretes, ratas, mugrientos, viejos meados, ensobrados, zurdos de mierda -y constantes contradicciones- son algunos de los tantos términos con los que suele calificar a sectores que salen a criticarlo. Además, el primer mandatario es muy recurrente en sus retorcidas metáforas sexuales.
Milei es el mismo presidente que durante una conferencia de prensa en Salta, en plena campaña electoral al momento de que una periodista le repregunta el primer mandatario se desencajó. Y, salido de sí, la insulta, la maltrata. Tanto que esto fue llevado a los tribunales de aquella provincia. Milei, en los tribunales, se debió disculpar ante la profesional. Lo más llamativo fue lo que no se reveló de manera pública. Todo indica que a Milei se le realizó, a raíz de la causa, un peritaje psicológico que nunca se dio a conocer; se guarda bajo llaves. En fuentes judiciales salteñas sospechan de un informe desfavorable para el actual presidente.
En esto de mostrar una particular emocionalidad, esa que genera frustración e intolerancia, entendible cuando la crisis le golpea la cara, Milei volvió a insistir, a modo de mostrarse todo poderoso: “imaginen que si acelero en las curvas, ahora voy a acelerar mucho más”. Es decir, acelera en la curva conduciendo un vehículo donde lleva a millones de argentinos a bordo. Además, se mostró eufórico y orgulloso con la represión en la plaza de los dos Congresos.
Es decir, no sólo alienta quebrar toda la legislación vigente en materia de tránsito sino que ratifica que la tolerancia, el diálogo y búsqueda de consenso no ingresan en su humanidad. No anidan estos valores en él y tampoco en todos los miembros de su gabinete. Y en la de millones de seres que naturalizan que la intolerancia, autoritarismo y violencia institucional son parte de la alquimia democrática.
No son viejos meados, soretes, ensobrados o ratas las y los que se bancan todo con suma pasividad. Por lo visto, hay algo más complejo a la hora de comprender tanta entrega. Tanta sumisión o devoción. Algunos filósofos y sociólogos consideran al odio y a la colonización de la subjetividad que generan los algoritmos como inductores para que millones banquen tanta agresión y autoritarismo institucional. Son millones de personas que asumen el maltrato como algo habitual. El problema que en algún momento esto estalla, y estalla mal. Los pueblos, el ciudadano de a pie necesitan vivir con previsibilidad. De ahí la importancia que adquiere que quien gobierne tenga templanza. Que no sea un desquiciado que en vez de poner sensatez recurre a la violencia. O alentar divisiones. Esquiva el debate ante la impotencia de poder ofrecer algo.
Tal vez ahora comienza a cobrar más valor aquello que dijo en su momento el Papa cuando mostró temor por la aparición de “pequeños Adolfitos” que, a base de vender espejitos de colores o estafar a la gente, dañan a su entorno: a 45 millones de argentinos. Los Adolfitos, desafortunadamente, tienen a grupos de poder que los alientan y los llevan al Muro de los Lamentos y a plataformas financieras (criptomonedas) mientras se llenan los bolsillos al calor de un país en crisis.
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