Denunciadores seriales: ¿dónde están Carrió, Stolbizer, Ocaña, Stornelli, Marijuan?
Mientras el país asiste a la mayor degradación institucional y a conocidos actos de corrupción, parecen haberse llamado a silencio.

Nunca antes, en cuarenta años de democracia, el autoritarismo, la violencia y la degradación institucional, al igual que la corrupción imperante alcanzaron el grado de naturalización y aceptación social que se observa por estas horas. Y, sobre todo, la connivencia y complicidad del Poder Judicial y Legislativo que, salvo honrosas excepciones, terminan avalando y aplaudiendo, al igual que los grandes grupos económicos, la impronta presidencial.
Es en este punto donde surge preguntarse dónde están los denunciadores seriales como Elisa Carrió, Margarita Stolbizer, infinidades de magistrados y la propia Corte -más manchada que un tigre-, que a base de armar causas y montar operativos para las pantallas de TV le infligieron un serio daño al sistema democrático. Y a no pocos dirigentes y empresarios, por cierto. Esto se vio claramente durante el gobierno de Juntos por el Cambio donde el armado de causas alcanzó su máxima estridencia gracias a la connivencia del Poder Judicial y grupos mediáticos que, en realidad, venían de una “guerra mediática” donde la verdad poco y nada importaba. El objetivo fue denostar y “eliminar” todo vestigio de política nacional y popular. En particular la impulsada por el peronismo.
A la luz de los acontecimientos queda en claro que aquellos armados de causa donde figuras como las del fallecido Jorge Lanata y su par Julio Blanck jugaron un rol fundamental a la hora de garantizar visibilidad a estos relatos. Relatos y armados de causas y operativos de prensa basados en mentiras. Desde el “asesinato” del fiscal Nisman hasta la puesta en escena de una retroexcavadora removiendo tierras en la Patagonia (Santa Cruz, para ser precisos) en busca de un PBI robado alimentaron el morbo y la mentira creada por estos denunciadores seriales.
Denunciadores seriales que hoy callan, aplauden, festejan y votan a mano alzada mientras reciben sobres y cargos al compás de una degradación institucional nunca antes vista.
Lo hacen mientras el país enfrenta una crisis fenomenal que remite al modelo del 76 (dictadura, Martínez de Hoz), a Carlos Menem, también al gobierno de la Alianza ( el radical Fernando de la Rúa) y a Juntos por el Cambio (Macri). Un modelo diseñado, del mismo modo que el actual que regentea Javier Milei, pensado, en el mejor de los casos, para un 30% de la población. Es un gobierno de ricos y para ricos que se hacen más ricos especulando en las plazas financieras.
No sólo es degradación institucional. El daño y crueldad del modelo tiene su mayor correlato en el plano económico-social. Sólo a modo de ejemplo de lo dicho, bien vale mencionar que la pobreza roza el 54%, escaló 10 puntos en la era Milei. La desocupación aumento un 1,7%, más de 200.000 personas perdieron sus trabajos y 12.300 Pymes debieron cerrar sus empresas. El consumo general de alimentos registró una baja del orden del 18%. El consumo de leche, carne y yerba son otros de los rubros donde la caída no para, cerca del 9%. Lo propio sucede con la construcción y la capacidad industrial instalada donde también datos del Indec dan cuenta del fracaso del modelo imperante. Empresas agropecuarias como Los Grobo y Surcos en quiebra, e industriales como General Motors, Nissan, SANCOR, Techint, Tres Arroyos, por citar algunas, están echando personal y cerrando turnos de producción.
Mientras este modelo ideológico que regentea el presidente se consolida y es recurrente escucharlo degradar a opositores, cuando no, tratarlos de ensobrados, soretes o hijos de puta, las denunciadoras y denunciadores seriales y operadores mediáticos callan. Menos aún repreguntan.
Es evidente que las denuncias de otrora tenían un claro objetivo: degradar la política y en particular la que se nutre de un pensamiento nacional productivo. La intención central era evitar un país con un Estado eficiente y que actúa como garante ante los excesos, por ejemplo, de la voracidad de los mercados.
No es complejo imaginar que las y los denunciadores respondían -responden- a patrones de hegemonías empresariales que se sitúan distantes del interés nacional; de un país pensado en el desarrollo productivo y una justa distribución de la riqueza. El silencio frente a la corrupción oficial y degradación institucional no es casual.
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