Debate nacional: “El amor vence al odio” o “Están odiando poco”
- Editorial Tobel
- 18 jun
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Dos posturas claras que se presentan sobre la mesa de la población. Se trata de dos modelos antagónicos que están en disputa. El desafío de vivir bajo el mismo techo, el mismo país.

EROS, en la mitología griega, dios del amor
Por: Fernando Gañete Blasco.- Se están viviendo tiempos, por lo menos, extraños en nuestro país. Días movidos. Por un lado, un gran sector de la sociedad está movilizado; por el otro, un pequeño sector de la sociedad que arremete y agrede con violencia psicológica (y estimula otro tipo de violencia) hacia una exsenadora, expresidenta y exvicepresidenta, humillándola para que ningún otro político se atreva a continuar con esas ideas.
Los primeros son gran parte del pueblo, muchos de ellos con agradecimiento por haber podido crecer económica y socialmente o, por lo menos, vivir con la certidumbre que había un Estado que trataría de evitar los abusos en cualquiera de sus formas (de poder, de género, económico, emocional, etc). Los otros -el pequeño sector que arremete- está conformado por un poder económico que ejerce habitualmente parte de esos abusos.
Para ello, adquirieron el poder mediático y así convencer a parte de la comunidad para que no se de cuenta que son sus víctimas y convencerlos a votar a los políticos que ellos promueven, y compraron gran parte del poder judicial para que ejecuten el plan de codicia que concentra la riqueza de ellos en desmedro de la clase media -a la que saquean económicamente- y a la baja que la mantienen adormecida. Siempre estuvieron cercanos a un poder judicial que los defendía ante juicios que ese poder económico podía tener por ilícitos, pero ahora hay fiscales y jueces que atacan a sus enemigos con causas que se les llama Lawfare, pero que -gracias al poder mediático- poca gente entiende de qué se trata.
Ese poder económico se situó históricamente en un neoliberalismo económico y en la derecha política. Las prácticas fueron las mismas. Como no podían vencer en las urnas, acudían a las dictaduras cívico-militares. En esa parte cívica el poder económico era el protagonista principal que, con gobiernos militares, se beneficiaban. Hoy, con la recuperación de la democracia en 1983, supieron adecuarse para cooptar el sistema. Como diría Gustavo Campana en el subtítulo de uno de sus libros: “No hay neoliberalismo sin traición”. Lo hicieron con Menem engañando al electorado del partido mayoritario del país, el Justicialismo. Una artificial estabilidad monetaria de un peso argentino igual a un dólar sostenida en base a privatizaciones y entregas de las empresas estatales. Esa falsa estabilidad monetaria igual explotó. Durante esa década gran parte de la sociedad padeció desempleo y se incrementó la pobreza. Una aventura financiera que culminó -De la Rúa mediante (con el mismo ministro de economía, Domingo Cavallo, y Patricia Bullrich y Sturzenegger en el gobierno)- con el corralito financiero que concluyó en el inesperado encuentro de: “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” uniendo a los damnificados de clase media y baja en un mismo grito.
Llegó la década del kirchnerismo donde se pasó la deuda externa, hubo una distribución de la riqueza más equitativa. El poder económico tuvo que ceder de su codicia para repartir, no sólo en los trabajadores, sino que el Estado invertía en salud, tecnología, ciencia, educación, obra pública, derechos humanos, etc. Al establishment económico no le iba mal, pero no le perdonaron a ese gobierno que la sociedad viviera mejor, que no tomaran créditos impagables para no ser condicionados y temieron que el poder fuera popular. Es así como pusieron todas sus armas para derrotar al enemigo. Estigmatizar y sembrar odio al gobierno nacional y popular era la misión, mediante las fake news (noticias falsas, mentiras) y el lawfare (guerra jurídica con causas inventadas), con una fina sincronización de propaganda mediática y judicial lograron vencer al enemigo en las urnas.
Los medios llenaron sus espacios con insultos y degradaciones vergonzosas para quien había presidido el país por dos períodos para denostarla. No hubo propuestas propositivas, sino slogans de campaña. Lo poco que prometían era que iban a dejar lo bueno que había hecho el gobierno saliente. Claro, en este caso el establishment puso como presidente a un representante de ese poder económico. El engaño era que como tenía plata no iba a robar. Lo paradójico fue que el votante que quería honestidad en la figura presidencial votó a una persona que ya estaba procesada y que en su haber tenía decenas de casos judiciales por contrabando, evasión impositiva, corrupción, etc. que fueron condonadas por el sistema judicial amigo. Quienes razonaban se preguntaban cómo se pudo llegar a eso.
Inmediatamente endeudaron en cifras récord al país (con el actual ministro de economía, sí, volvió), aumentaron los índices de pobreza, de desocupación, quebraron infinidad de Pymes y deterioraron la industria nacional. Fue tan mala la gestión que pese al apoyo económico de Estados Unidos, el FMI y el establishment, no pudieron sostenerse por otro mandato. La misma persona a la que maltrataron, estigmatizaron, persiguieron, insultaron, agredieron y vejaron volvió a ganar. En este caso, con una figura diferente como presidente. Quizá en la búsqueda de pacificar a una sociedad ya dividida adrede por ese mismo poder económico que no quería ceder. Si esa era la jugada, no le fue bien. Al Establishment lo ayudaron la pandemia, la mayor sequía de la historia y un presidente bastante tibio. Había una población desencantada y motivada por el mismo poder económico a romper con un gobierno nacional y popular. Así fue que propuso dos candidatos que les respondían y otro que estaba más cerca de ellos entre los que más posibilidades tenían de vencer. Lejos estaba un gobierno naturalmente nacional y popular. Eran tres tercios, el más cercano a defender los intereses populares perdió contra los otros dos tercios que están en el gobierno actual.
El establishment logró imponerse con un lumpen como candidato que prometía destruir al Estado. Sumiso al poder económico, con gran habilidad para marcar agenda mediática y distraer con sus irreflexiones para darle vía libre a los operadores para que destruyan la economía del país en beneficio de los potentados, los fondos de inversión, de Estados Unidos e Israel, en desmedro de la Argentina y sus ciudadanos. Es el gran referente nacional de la ultraderecha.
Esa ultraderecha, en todo el mundo, aboga por la destrucción sin límite y sin importar las consecuencias. En Estados Unidos, un Donald Trump que agita a Israel a que ataque a Medio Oriente con el riesgo de una guerra nuclear. En su propio país tiene serios conflictos sociales y atentaron a opositores asesinando a una legisladora. En Ucrania, el presidente ultraderechista Zelensky impulsa la guerra contra la Rusia de otro presidente de derecha como Putin.
Hoy más que nunca en nuestro país se notan dos modelos de país. Uno que plantea que el amor vence al odio y que contiene a sus seguidores para armonizar al país. El otro que plantea que hay que odiar a los opositores (zurdos, woke) y que arenga a sus seguidores a odiar más a los periodistas, economistas, artistas y todo aquel que piensa distinto.
Entre los ciudadanos, se puede sintetizar entre los agradecidos a quien los ayudó a estar mejor y los resentidos, sin una evaluación racional de en qué gobierno estaba mejor.
En síntesis, entre los que tienen sentimientos positivos y quieren el bien de todos y los que se expresan con resentimiento y odio que sólo buscan el mal al prójimo
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