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“Cuando Néstor descuelga los cuadros de los represores, comienzo a dejar atrás la clandestinidad"

24 de marzo de 2004: Recuerdos de un Militante


Columna de Opinión: José “Pepe” Armaleo*

En pocos días más se cumple un nuevo aniversario de ese fatídico día del 24 de marzo de 1976. Los que fuimos parte activa, de la que denomino, la segunda resistencia Peronista (la primera fue la del 55 al 1973), no podemos dejar de marchar a la Plaza de Mayo (o si se quiere la Plaza del Pueblo), a manifestar por la memoria, la verdad y la justicia.

Y no es que, solo recordemos es fecha en estos días, nuestra vida está signada por la militancia, entendiendo a ella como un sacerdocio, un acto de amor y de entrega desinteresada a nuestro pueblo, es decir, una forma de vida.

Pero déjenme contarles, brevemente, cómo y qué nos pasaba en esos años de militancia.


Llegamos al peronismo, mi compañera y yo, (mi compañera con 16 años y yo a mis 19 años), desde nuestra condición de dirigentes juveniles cristianos. Corría el año 1973 y el país se encaminaba a la “normalización democrática”, el Peronismo gana las elecciones presidenciales sin necesidad de segunda vuelta, el país es una fiesta.

Pero las primeras nubes negras comienzan a aparecer en el horizonte político. La derecha sindical comienza a generarse espacio a cualquier costo. El Dr. Cámpora renunció para llamar a nuevas elecciones y darle el espacio a Perón para que asuma su tercer mandato.


Como Juventud Peronista crecemos exponencialmente, generando “recelos” en esa derecha sindical ortodoxa, con la que compite en los espacios políticos. Aparece un grupo parapolicial, denominado triple A (Alianza Argentina Anticomunista), que no es otra cosa que un comando armado, de esa derecha retrograda.

El enfrentamiento armado entre esa derecha y la juventud fue una espiral creciente. La muerte de Perón, el manejo político de la Presidenta (Vice) y su Ministro de Bienestar Social, tras la muerte del general, no hace otra cosa que acelerar esa espiral de violencia.

Nuestros cuadros políticos eran asesinados casi diariamente, lo que nos llevó a eludir la acción represiva del Estado que nos tenía como objetivo, retirándonos de los lugares públicos, como, por ejemplo, la Cámara de diputados, o trabajos en los distintos estamentos del Estado. Creímos que el abandono de los puestos públicos era “la única opción posible”, como forma de preservar la vida de los compañeros.


Por una cuestión de seguridad, debo dejar mi trabajo en Tribunales y, por supuesto, dejar de estudiar en la facultad, (recién pude retomar mis estudios cuando volvimos del exilio, y luego que se recibiera mi compañera).

Visto el grado de persecución de las fuerzas represivas y considerando la situación por la que atravesamos, lo mejor era trabajar en la producción y vivir en el barrio, cosa de pasar lo más desapercibido y viajar lo menos posible, pero siempre en contacto con nuestra gente.

Un comando del ejército allanó la casa de mis padres y la de los padres de mi compañera (Nana), en los primeros meses del año 1977, requiriendo saber dónde nos encontrábamos y qué actividades políticas desarrollamos. Dicho allanamiento fue contemporáneamente a la caída de la compañera con la que comenzamos a militar, María Inés Montaña (Presente ahora y siempre).

Sabíamos que llegaría ese momento, era una cuestión de tiempo solamente. Atento a ello, habíamos tomado recaudos de seguridad, para preservar nuestras vidas, y la de nuestras familias, como por ejemplo la de no decir donde vivíamos.

La caída constante de compañeros y compañeras y el allanamiento a los domicilios de nuestros padres, hace que se reduzca nuestra posibilidad de movimiento.

El nivel de violencia y de aniquilamiento de las fuerzas populares a manos de un sistema represivo fue atroz, algunos compañeros decidieron exiliarse antes que seguir en esa situación, al punto de que nuestro grupo político quedó reducido, a solo tres personas, (producto de las bajas o del exilio forzado).

En la clandestinidad y sin documentos, siendo un desertor a la conscripción, con una hija recién nacida, con el temor fundado, de que nuestras vidas peligraban y con una dictadura cada vez más violenta, nos fuerzan a el exilio como única opción de continuar con vida. Atento a ello, decidimos contactarnos con el consulado de Italia, ya que mis padres eran italianos.


El consulado, entendiendo lo que estaba sucediendo en el país, nos dicen que era más rápido y sencillo otorgarnos la ciudadanía, a que darnos, el estatus de refugiados políticos. Es así como en junio de 1979 acceden a darnos Pasaporte Italianos y lo hace, personalmente, entregándonos los pasaportes en mano, en el puerto de Buenos Aires, garantizando así nuestras vidas. No es un dato menor la forma y el lugar donde nos entregan los pasaportes, ya que ese día no había ninguna fuerza de seguridad en el puerto, pero, al día siguiente, viaja mi hermano a Montevideo, para despedirse y me cuenta que el puerto estaba lleno de fuerzas de seguridad (Ejército, Marina, Policía y Prefectura). No tengo más que un agradecimiento eterno al Gobierno, y a ese extraordinario pueblo italiano. Comienza así nuestro forzado exilio en Italia.

Es importante destacar, lo que significa abandonar todo lo que se ama, el desarraigo fue un tema muy difícil, pero con la tranquilidad de poder caminar por las calles y que no te secuestren, torturen y maten. Caminar sin estar siempre en estado de alerta es algo que no puedo describir.


La violenta dictadura que “gobernaba” nuestra nación, llevó a que nuestros hijos, nacieran y crecieran ajenos a la cultura e idiosincrasia propias de nuestra tierra, sin posibilidad efectiva de ingreso al país en condiciones seguras, hasta el advenimiento de la democracia.

Apenas asumen las nuevas autoridades, nos contactamos con el Consulado Argentino en Nápoles, para regresar en forma inmediata, ya que se había acabado el motivo de nuestro exilio forzado. El Consulado no solo tramita nuestros pasaportes, sino que también facilita nuestra repatriación al país y así lo hicimos en octubre de 1984. Era claro el cambio de aire que se empezaba a respirar en nuestra Argentina.


Nuestras vidas, luego de todo lo vivido, no fue sencilla. Pese a haber vuelto y volver a tener una vida familiar y a reencontrarnos con amigos y compañeros, era como si siguiéramos siendo clandestinos, el temor de que el horror de la dictadura volviera no se borraba de nuestras cabezas, el miedo y el silencio se habían apoderado de nosotros, y si a eso le sumamos el levantamiento cara pintada, la tablada, la hiper, etc, etc,, entenderán lo que les digo.

Esto llevó años de terapia, y recién cuando Néstor Kirchner manda a descolgar los cuadros de los represores del colegio militar, el 24 de marzo 2004, se produce un clik en mi cabeza para comenzar a dejar atrás la clandestinidad.

Pero déjenme terminar contándoles, que tuve el orgullo, el placer, la alegría, de compartir la gestión con Mario H. Cafiero, que cuando me convoco a trabajar, le dije que lo haría, con una sola condición, Mario sorprendido me dijo ¿cuál?, y yo le dije, que no abandonaría mis sueños, ¿y saben que me contesto?, -tus sueños son los míos, pero hay que sumar más para hacer historia y transformar esos sueños en objetivos para que sean realizables, sino, los sueños,… sueños son,… solo eso.

Este humilde recuerdo, no es más que el homenaje y en memoria de los 30 mil compañeros con los que compartí el sueño de una Patria, Justa, Libre y Soberana. Gracias. -


Jose Miguel Armaleo*

Vecino de Olivos, abogado, militante político

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